La comunidad
de San Eloy, asentada en el límite cantonal entre Montecristi y Manta, resistió
a los embates de los traficantes de tierras organizados alrededor del poder.
Derrotó su asedio en primera instancia con evidencias de pertenencia y
aplicación de la ley, después de veinte años de lucha incesante. Ahora desean
preservar este largo proceso de existir y resistir, mediante una representación
construida de manera colectiva. La encontraron en la irrupción de esas formas
unificadas al decidirse por un antimonumento. Resumen de sus pertenencias e
identidad accionadas a su sentir mientras eran y son atropellados en sus
derechos, precisamente sin que se cumpla con la ley, menos con la justicia.
“Esta tierra es nuestra” sostienen como texto
unas manos con las cadenas rotas. Esa es la primera estación de consenso,
trabajada en asamblea de vecinos, con una artista plástica que hace de
coordinadora para encausar las ideas que fluyen espontáneamente de cada
asistente: sufrimiento, frustración, abuso, indignación. Resumen un primer
bloque de sentimientos, mientras asistían a la audiencia de preparación de
juicio en Montecristi. El fiscal con el juez, coludidos con el acusador,
descartaron toda prueba de los vecinos y los llevaron a juicio. Los vecinos
afuera clamaban por justicia resumida en dos frases: San Eloy es nuestro hogar,
no un negocio. Somos moradores, no invasores, mientras a diez, de los vecinos
más antiguos, se les expidió boleta de captura.
El ceibo acompaña en buen número las tierras
del bosque seco de San Eloy, los vecinos lo toman como símbolo de amparo para
sus hogares, representado en un techo coronado por una estrella, acogido entre
esas formas mágicas y abstractas de las ramas. Un nuevo grupo de palabras les
acuden como manifestación mientras cuentan su historia: enojo, fuerza,
resistencia, puño, repudio, razón. El ceibo les regala formas generosas entre
los bocetos trazados por estudiantes universitarios de arte en tareas de
vinculación. La idea toma cuerpo, un cuerpo al que deben rodear de la palabra
dignidad, asumida como aspiración permanente de su pasar por estas tierras,
algunos ya van por la tercera generación ocupándola legalmente.
Las limitaciones para materializar este
antimonumento no son solo presupuestarias, ni debe recargarse de tantos
elementos cuantos el entusiasmo busca aflorar. Ni puede quedarse fuera el
mensaje directo que incomode al poder, por sus acciones de protección al
verdadero traficante de tierras, impune hasta ahora en el medio y su asociación
ilícita con autoridades municipales y ministeriales, jueces, fiscales y
abogados.
El antimonumento es un desafío, deberá
salvaguardar las próximas instancias, dado que el abogado acusador una vez
perdido el juicio, se llena de amenazas contra los jueces y llama delincuentes
a los vecinos. No sabe que quien habla de delincuentes, traficantes de tierra o
delincuencia organizada debe primero mirarse al espejo. San Eloy resiste, y
resistirá hasta vencer.
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