Con
biblia y fusil en mano, se consolidaba el golpe cívico-clérigo-militar en
Bolivia: “ha vuelto a entrar la Biblia al palacio y nunca más volverá la
Pachamama”, gritaba con euforia el señor Camacho. El golpe fue orquestado
por la oligarquía Santa Cruceña, las
élites policiales y militares, el ultra conservadurismo cristiano, y por
supuesto, con el apoyo directo de la OEA
y la Embajada de los Estados Unidos. Según la Defensoría del Pueblo Boliviana,
se contabilizan al menos 32 muertes y cientos de personas heridas. Así mismo,
la CIDH -que visitó Bolivia entre el 22 y 25 de noviembre de 2019- advertía más
de 500 detenciones arbitrarias y extrajudiciales. Posteriormente, la
persecución a militantes del MAS y opositores a la dictadura, se agudizó.
Tanto en
el país como en el resto de América Latina, las voces que en su momento
celebraron y legitimaron tanto el golpe judicial en contra de Dilma Rousseff, y
la condena a Lula da Silva en Brasil, como el golpe de Estado contra de Evo
Morales en Bolivia, no tardaron en alzarse en defensa de Áñez. Frente a la
detención de Áñez, varios sectores pretenden posicionar a la dictadora como una
víctima de persecución política. Plantean que se trata de una estrategia de
lawfare en su contra, insinuando incluso que se trata de una “lideresa social”.
En el
Ecuador, se pretende plasmar un discurso que insinúa un posible paralelismo en
términos de “persecución”, tanto contra anti correístas, y cómo de la clase
política dominante actual, la derecha oligarca. En esta ecuación, y sin caer en
cuenta, estos mismos sectores pasan a compararse ideológicamente con la
dictadura boliviana. Es indiscutible que los acontecimientos en el Golpe de Estado
en Bolivia, presuponen una clara ruptura del orden constitucional, con actores
políticos que se proclamaron gobierno a la fuerza, y tomaron el poder político
con el beneplácito de la oligarquía local y el imperialismo continental.
Lo que se
lee entre líneas en medio del escenario electoral actual, es que los actores y
sectores que perpetraron el golpe de Estado en Bolivia, cumplieron los mismos
papeles, que los que ahora denuncian la presunta persecución en contra de una
dictadora. Tanto Áñez como los sectores que la defienden en el país y la
región, representan los mismos intereses en términos geopolíticos, cuentan con
los mismos nexos a organizaciones con financiamiento externo y gozan del mismo
grado de aceptación entre los círculos neo reaccionarios entre los movimientos
sociales.
Una de
las preocupaciones después de estallar el golpe de Estado en Bolivia, el 10 de
noviembre de 2019, era que ese escenario se pueda consagrar como un gran
laboratorio social, con la posibilidad de que ese mismo libreto se replique en
otros puntos de América Latina. Simultáneamente a estas advertencias y alarma
que se levantaron desde las izquierdas, un sector de los movimientos sociales
antiprogresistas, minimizaba la gravedad del Golpe de Estado, inclusive
negándolo. Como siempre, este sector de los movimientos sociales, relativizaba
el orden democrático y el Estado de Derecho, desde una pobre ética histórica y
política, menguando el impacto que una dictadura podría tener sobre el pueblo
boliviano, y sobre la política de toda la región.
Con la
prisión preventiva de Áñez y varios de sus acólitos, se sienta un precedente
legal, que sostiene como bandera que los crímenes en contra del pueblo, no
quedarán en la impunidad. Lejos de ser el “lawfare” o una persecución política,
cómo la derecha y los movimientos sociales contra revolucionarios intentan
sostener, los juicios a Áñez y compañía se convierten en el principio de la
construcción de justicia y reparación para el pueblo boliviano. El mensaje es
claro: 1. ni perdón ni olvido para quienes atentan contra los pueblos, 2. cero
tolerancia a los golpes de Estado, 3. respeto y sostenimiento a los procesos
democráticos y al Estado de Derecho, 4. absoluto repudio al injerencismo del
imperio yanqui en la región y 5. la inadmisibilidad de impunidad para quienes
negociaron con la sangre del pueblo.
El
cinismo de quienes celebraron el golpe de Estado en Bolivia, no tiene límites.
Ahora parecen extremadamente preocupadxs por el debido proceso en el caso de la
exdictadora Áñez y sus sacristanes. No nos confundamos, por supuesto que debe
existir transparencia en el proceso penal en contra de lxs golpistas. Pero es
inaceptable que tanto la derecha, como algunos movimientos sociales
constrarevolucionarios, intenten desvirtuar el sentido legítimo de este proceso
de justicia para el pueblo boliviano, con fines político electorales. Una vez
más ambos sectores entran en alianza, jugando con la memoria y la dignidad de
los pueblos.
En la
fabricación de los meta relatos en contra de los progresismos latinoamericanos,
también encontramos el caso con el que se desplegó el discurso para maquillar
los procesos de golpe judicial en contra de Dilma Rousseff, y la condena al ex
presidente Lula da Silva, por el régimen bolsonarista. Después de no encontrarse
prueba alguna en su contra, Lula acaba de ser absuelto de todas las condenas
que pesaban en su contra, habilitándose como posible candidato a la presidencia
en 2022.
En medio
del panorama geopolítico actual, ¿cuál será la siguiente jugarreta
“democrática”? ¿Serán vistos como democráticos los llamados a la intervención
militar? En Bolivia Camacho llamaba, días antes del golpe, a que los militares
intervengan el proceso electoral ¿existen paralelas en Ecuador? La alerta del
laboratorio de Bolivia sigue presente: América Latina es un territorio que se
encuentra en disputa, entre el imperialismo y a una posible reconformación del
bloque progresista en la región.
La lucha
de clases se desarrolla de manera simultánea en todas las esferas políticas.
Tanto en el Ecuador como en el resto de América Latina, estos antagonismos
parecen envolverse en dinámicas sin precedentes: la relativización de la
democracia burguesa, por los mismos sectores que pretenden “defenderla”. Una
vez más, la propia burguesía y sus aliadxs demuestran que son la fuerza más
antidemocrática dentro de la democracia burguesa. Frente a todas las dictaduras
que hemos resistido en América Latina, la consigna firme siempre ha sido: “ni
perdón, ni olvido, ni reconciliación. Verdad y justicia”. El caso de la
dictadura en Bolivia 2019-2020, no tiene por qué ser la excepción.
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