Por:
Marco Villarruel
El Gobierno ha decidido
convocar al concurso para entregar frecuencias de radiodifusión FM a escala
nacional, por intermedio del Ministerio de Telecomunicaciones y la Agencia de
Regulación y Control de las Telecomunicaciones (Arcotel).
En
forma previa ARCOTEL ha venido realizando, especialmente en tiempos de la
pandemia, consultas y reuniones virtuales con los interesados a renovar u
obtener frecuencias FM en todo el país.
La
historia de la concesión de frecuencias es tan compleja como la vida económica
o política del Ecuador. Seguramente es así porque siempre existieron favores o
compromisos políticos, económicos, religiosos, y una característica importante
en estas acciones ha sido la corrupción.
Desde
1940 en adelante, según registra los documentos, cuando el Estado se hizo cargo
pleno de la administración de este bien intangible y soberano, inició una
historia llena de sobresaltos, y la primera víctima fue la calidad de la radio.
Y a pesar de que creciera geométricamente su número, la falta de una política
de Estado sobre la Comunicación y los medios, determinó que en la entrega de
frecuencias imperara la ley de la selva.
Mientras
en otros países de América las radios jugaron un importante papel en la cultura
y hasta en el desarrollo social de los pueblos, en el nuestro fue,
metafóricamente hablando, de enorme tamaño pero enfermo y desnutrido.
Salvo
algunas disposiciones técnicas dispuestas por la Unión Internacional de
Telecomunicaciones, a las que se veía abocado el país entre otras razones por
pertenecer a la Organización de Naciones Unidas, todo fue improvisación,
palanqueo y mediocridad.
En
los últimos tiempos la entrega de frecuencias fue motivo de escándalos
políticos. No obstante que se expidieron leyes en 1975 y en 1995, que lograron
introducir normativas técnicas pero que al no ser acatadas, permitieron el caos
técnico, la comercialización fraudulenta de las frecuencias, el acaparamiento y
cuando no, la entrega de las mismas por obligaciones electorales o compromisos políticos
y religiosos. Era normal que cada presidente dispusiera de algunas aun cuando
ese autoritarismo estuviera al margen de la ley.
Era
conocido que la propiedad de las emisoras se pasaba de padres a hijos, que se
las vendiera en libre oferta, se las entregara como pago de deudas, o
terminaran siendo parte de monopolios mediáticos, a veces con vinculaciones con
el exterior.
Ni
qué decir de los contenidos. Nunca se cumplieron las leyes de radio y
televisión, de Cultura, o de educación que alguna vez encargó a la Casa de la
Cultura la supervisión de contenidos y su posible orientación hacia temas
educativos.
La
situación hizo crisis en el gobierno anterior, porque logró acaparar en su
beneficio muchas frecuencias, la mayoría confiscadas al grupo Isaías. A muchas
otras las silenció con el arma de la publicidad política y electoral. Entre
tanto, de manera subrepticia, se gestaron dos grandes monopolios mediáticos a
vista y paciencia de las autoridades de turno: El del grupo Yunda, y el otro el
grupo del “Fantasma” Gonzáles, un mexicano-norteamericano que vive en Miami y
que posee decenas de estaciones en América Latina, y también en el Ecuador.
Dado
que la presión social por sanear el mundo de las telecomunicaciones se había
hecho imparable, la Contraloría General del Estado en junio de 2018, estudió la
concesión de 1 472 emisoras AM y FM y estableció que en 8 de las 26 áreas las
privadas alcanzaron hasta el 66%, a pesar de que la ley de Comunicación había
determinado el 33% para el Estado, 33% para el sector privado y 33% para los
sectores comunitarios. Determinó además, que el 98% de las áreas más pobladas
estaba en manos de un solo concesionario, y lo mismo ocurría con las estaciones
de televisión.
Hubo
711 permisos caducados y 147 no se revirtieron al Estado. Diez títulos
habilitantes se otorgaron incumpliendo los límites de concentración de
frecuencias de no tener más de una frecuencia matriz a escala nacional. Además,
decía el informe, 14 frecuencias vencidas fueron adjudicadas sin la reversión
previa.
Una
veintena de frecuencias fueron entregadas aún cuando no habían presentado los
estudios económicos correspondientes.
En
medio de este pantano de irregularidades el gobierno anterior procedió a llamar
a un concurso que resultó un verdadero fiasco en los órdenes técnico, jurídico,
ético y político. Hasta un asesor del exVicepresidente estuvo involucrado en
los trámites, acusado de corrupción.
El
concurso fue una novela de suspenso, lleno de incidentes e irregularidades, y a
la final quedó hecho jirones porque había reclamos desde todos los costados y
hasta mayo del 2020 no ha quedado claro cuántas frecuencias fueron entregadas,
y a qué personas o empresas plenamente identificadas.
La
presión vino también desde los antiguos propietarios de las emisoras, que
incluso exigían que se les entregue de por vida y por herencia, hasta
organizaciones religiosas que repentinamente vieron multiplicarse las
frecuencias a cuenta de que se autoproclamaron ¡comunitarias!
Parte
del escándalo fue la situación jurídica de Telecuatro (RTS, del grupo González)
en Guayaquil, y Ortel (Canal 5 de Quito, del Grupo González) que no ha sido
dilucidado hasta hoy en medio de un desacato descarado por lo que se especula
hay acuerdos debajo de la manga.
No
es el momento de llamar a concurso y resolver el tema de las frecuencias. Hay
imposibilidades físicas reales (constatar el sitio de los transmisores), además
el país está conmovido por la ola de nuevos actos de corrupción por lo que es
fácil presumir que ésta pueda ser otra página de esa novela negra.
Cuál
es el papel de la sociedad organizada en este proceso? Ha sido convocado el
Observatorio de Frecuencias o los representantes gremiales y delegados de la
sociedad civil?
No
hay seguridad de que esta oportunidad sirva para fortificar los medios
públicos, separarlos de los medios gubernamentales y controlar de una vez por
todas la proliferación de las emisoras religiosas, cuyo número es
impresionantemente alto en todo el país. La falacia que se manejó en el sentido
de que los medios comunitarios no están preparados o no alcanzaron el número
ideal para presentarse a los concursos debe ser desechada porque es un pretexto
para llenar el espectro con más emisoras privadas o sectarias.
La
transparencia debe ser el principio fundamental del proceso, pero eso no será
posible porque las autoridades están presionadas y aturdidas en estos momentos.
Todo indica que, como en el caso de las leyes aprobadas en la Asamblea, se
quiera aprovechar el momento para apurar la entrega de frecuencias.
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