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Mural pintado en el tradicional barrio de San Roque, Quito 2021. Artista gráfico: Borrego. Foto Cortesía |
¿Cómo recuerda un pueblo? ¿Cuáles son “los canales y receptáculos de la memoria? Lo que la memoria retiene es aquella historia que pueda integrarse en el sistema de valores, el resto es ignorado, “olvidado”, aunque en ciertas circunstancias lo olvidado puede ser recuperado.
Elizabeth Jelin, 2020.
Es octubre, todavía. Es octubre y lejos de su país
natal, Milton Cervantes Suárez, es capturado en un operativo internacional que
se ejecuta gracias al esfuerzo conjunto entre las fuerzas de estado panameñas y
ecuatorianas y los respectivos departamentos de inteligencia de ambas naciones.
“Yo sé quién tú eres”, le dice el
sargento de operaciones de inteligencia del G2 y miembro de las fuerzas de
Defensa de Panamá, Pablo Quintero Reyes, al principal ideólogo y líder más
representativo del movimiento subversivo ecuatoriano Alfaro Vive Carajo (AVC),
al salir de la caseta de un centro de llamadas internacionales en el país
centroamericano.
Es viernes, 24 de octubre de 1986, son las nueve y media de la noche y
Milton Cervantes Suárez, que también usa los nombres de Carlos y Sebastián
Alvear, es en realidad Ricardo Arturo Jarrín Jarrín, el “Comandante Uno” de los
Alfaro.
Un año atrás, en 1985, el gobierno ecuatoriano lanza una campaña masiva
para conseguir a toda costa la captura de cinco personas. Todas ellas, según su
discurso y versión oficial, son delincuentes, terroristas, sediciosos y subversivos.
Entre los afiches que se difunden masivamente a través de diferentes medios de
comunicación locales de aquel entonces, está la foto de Arturo y cuatro de sus
compañeros más cercanos. La llamativa imagen se acompaña de un gigantesco
mensaje de recompensa: $/. 5´000.000 (CINCO MILLONES DE SUCRES POR CADA UNO).
“Nuestros calumniadores, los atracadores del Ecuador, cuentan con todos
los medios de comunicación para alarmar al país, para acusarnos bárbaramente.
¿Será que a nosotros nos conceden la centésima parte del tiempo y los recursos
que ellos usan para calumniarnos a fin de responder a esas calumnias? ¿No es
acaso que de mucho tiempo atrás la prensa está censurada para hablar e informar
de Alfaro Vive, Carajo? Esa es la democracia que los atracadores defienden:
acusarnos públicamente recurriendo a todos los medios, mientras a nosotros, los
acusados, se nos niega el derecho de respuesta pública a esas acusaciones”,
escribe Arturo desde la prisión, en un manifiesto a la nación titulado Enero
1985: ¿Quiénes son los terroristas?
Arturo llega a Panamá la primera semana de octubre, ante todo pronóstico
y tras haber sufrido algunos problemas de compartimentación y seguridad
militante que llevaron a la detención previa de varios de sus compañeros en
tierras colombianas. El “Comandante Uno” realiza un viaje por mar y tierra,
portando un pasaporte falso, con el cual ingresa a Panamá el 7 de octubre de
1986.
“El frío es intenso. La piel se me vuelve como la del pollo recién
pelado. Miro hacia arriba, veo un pedazo de malla metálica a manera de
claraboya y una viga de madera. Con la camisa que llevaba puesta me amarran los
tobillos, después de haberme hecho sentar en el filo del tanque y de haberme
amarrado otra vez las manos. Mientras lo hacen, no paran los golpes, los
gritos, ni las exigencias de que hable. Luego sacan una soga de una de las
paredes de los servicios higiénicos. Hacen una amarra a la camisa, la tiran
hacia arriba de tal manera que atraviese la viga para hacerla rodar. Con
amenazas y anuncios de algo fatal, el tipo alto, de bigotes, empieza a jalar la
soga hasta dejar mi cuerpo patas arriba sumergido en el tanque”, relata el
líder de Alfaro Vive, en su obra testimonial “El Cementerio de los vivos”,
texto donde se alberga gran parte de su experiencia personal sobre la tortura a
la que fue sometido junto a sus compañeros tras su detención y su posterior
traslado al Servicio de Investigación Criminal (SIC), el 15 de junio de 1984.
Su vida corre serio peligro, los tentáculos de los aparatos represivos
ecuatorianos buscan alcanzarlo nuevamente, pero esta vez no solo para
capturarlo y torturarlo, sino para terminar con su vida, para asesinarlo. Las
fuerzas especiales creadas para aniquilar al “enemigo interno” se fortalecen y
especializan con torturadores provenientes de países como España, Israel,
Colombia, Francia, Chile y Argentina. “A los subversivos hay que matarlos como
al pavo, la víspera”, comenta Joffre Torbay, secretario de la administración
social cristiana en una reunión mantenida con representantes de la Cámara
ecuatoriana-norteamericana en aquellos años. El terrsor que el gobierno de
turno impregna día a día en la sociedad ecuatoriana, emana directamente de las
declaraciones y acciones oficiales de sus principales representantes.
Arturo había escapado de la cárcel el 28 de abril de 1985, en uno de los
operativos subversivos más sorprendentes y mediáticos de aquella época. Un
comando de AVC, liberó a través de un túnel a cuatro de sus compañeros,
incluyendo a su “Comandante Uno”, del Penal García Moreno de la ciudad de
Quito. En las paredes del local que el comando utilizó para coordinar y
efectuar esta operación casi científica quedó pintada la siguiente consigna:
“Torbay, los pavos se te fueron la víspera”, “Libertad o muerte, ¡Venceremos!”
y “William Ávila Salvatierra, ¡Presente!”. El operativo de rescate fue tan
perfecto que no se disparó un solo tiro.
Febres Cordero y sus fuerzas represivas comienzan una persecución
sangrienta. Arturo se mantiene en constante movimiento entre casas de seguridad
ubicadas en las ciudades de Quito y Guayaquil. Cambia su apariencia física y
así comienza su largo peregrinaje por la clandestinidad.
Archivo de prensa: Revista Vistazo Nro. 425 / 10 de mayo de 1985.
Durante su corta estancia en Panamá, el líder alfarista tiene el apoyo
de diferentes figuras del Movimiento 19 de abril (M-19), organización
guerrillera colombiana junto a la cual desarrollará una campaña militar tras la
conformación del denominado Batallón América en 1986. Arturo comparte casa y actividades
con el mismísimo Carlos Pizarro, quien llega a ser el comandante máximo del
“Eme”.
El destino final de Arturo era Europa, específicamente Serbia. Evidencia
de esto se encontró tras su captura y entre sus pertenencias un pasaje de avión
de la compañía KLM, cuyo destino final era Belgrado. Lastimosamente las
intenciones de viaje quedaron completamente aniquiladas cuando ese 24 de
octubre, rompiendo todas las medidas de seguridad militantes, Arturo Jarrín
abandona la casa de seguridad en la que se aloja, pide ir solo, se dirige a
realizar una llamada telefónica a Nicaragua.
Tras su captura toman sus huellas dactilares, le sacan fotografías,
elaboran una ficha de identificación con sus datos verdaderos. Con el paso del
tiempo la ocultan y luego la desaparecen de los archivos de la Dirección de
Investigación Judicial panameña (DIJ). “El líquido rojo que le inyectan en el
glúteo lo adormece, sus ojos no alcanzan a definir los rostros que tiene al
frente, aquel que dice reconocerlo parece un excompañero del colegio, pero los
párpados pesan y no alcanza a situarlo, quiere decir algo, pero su lengua está
entumecida, sabe que a esa hora no debía estar ahí sino volando, de modo que
cierra los ojos y se deja llevar, sueña. Ya con el cuerpo casi inerte en el
piso, sus captores preparan el traslado”, relata Santiago Aguilar Morán, en su
libro Arturo Jarrín: la encrucijada de un hombre sereno, publicado en 2016.
Arturo es detenido, secuestrado y trasladado en avión de vuelta a la
patria que soñó liberar. Vuelve al Ecuador. “Me dijo que si yo lo entregaba lo
iban a matar en su país”, comentó por última vez Pablo Quintero Reyes, en un
testimonio otorgado al equipo de la Comisión de la Verdad en ciudad de Panamá
el 9 de marzo de 2009.
Tras el aterrizaje en territorio ecuatoriano, Arturo es llevado a La
Remonta, lugar ubicado en la parroquia de Tambillo, al norte del cantón Mejía,
donde funcionaban la escuela de equitación y las caballerizas de la Policía
Nacional. Lo torturan de manera brutal.
“Las supuestas tácticas de investigación enseñadas por los instructores
israelitas, incluían el garroteo en puntos específicos del cuerpo vendándole al
palo, para que cuando se golpee al detenido, no quede huella alguna visible,
más en su interior este sea destrozado brutalmente, provocándole hemorragias
internas (…) En estos cursos los israelitas nos adiestraban al personal de la
policía con tácticas esenciales de exterminio de gente, ya sea a través de
métodos como la asfixia triple o submarino, o sea mediante la utilización de
fundas de plástico que en su interior depositaban gas lacrimógeno, para luego
sumergir la cabeza del interrogado dentro de un tanque de agua (…) También nos
adiestraron para aplicar electricidad en diferentes partes específicas del cuerpo,
como pueden ser: glúteos, planta del pie, en la mujer los pezones y tanto al
hombre como la mujer en sus órganos genitales”, contó Hugo España, exagente del
Servicio de Investigación Criminal (SIC-10), en su libro El Testigo, publicado
en 1996.
La voracidad de los torturadores a los que se enfrenta Arturo los lleva
a aplicar aquellas “tácticas de investigación” tan bien aprendidas sobre su
humanidad. La crueldad y la violencia que perpetraron antes de asesinarlo solo
sería el reflejo y la huella imborrable de un gobierno que implementó políticas
de terror como eje central de su proyecto gubernamental.
La noche del 26 de octubre, en la ciudadela Carcelén, al norte de Quito,
una mujer escucha sonidos extraños, deja de lado su programa de televisión y se
asoma a la ventana. Lo que puede mirar parece una escena de teatro, un pésimo y
grotesco montaje de una escena sacada del tradicional juego de policías y
ladrones. Los torturadores bajan de su vehículo al Comandante Arturo Jarrín,
fingen perseguirlo, gritan que escapa, lo ejecutan.
Disparan varias y repetidas veces. Deben hacerlo para simular que
detienen al subversivo que intenta huir.
Acaban con su vida. El lunes 27 de octubre de 1986, entregan el cuerpo a
la familia de Arturo. La autopsia revela que recibió ocho disparos en el
operativo realizado por la policía nacional la noche anterior. Quienes lloran
al comandante identifican más de ocho tiros recibidos. El informe revelará
muchas más contradicciones con el paso del tiempo.
Monumento de Arturo Jarrín ubicado en una plazoleta de la Universidad de
Guayaquil en 2014. Junto con una placa con los nombres de treinta y cinco
miembros de la agrupación Alfaro Vive Carajo.
En septiembre de 1996, la familia Jarrín comenzó un largo proceso
judicial en busca de justicia. La denuncia presentada enfrentó el paso de los
años sin evidenciar acciones oportunas o diligencias considerables sobre el
proceso. En diciembre de 2003, el juez décimo de lo penal de Pichincha, Luis
Mora, declaró cerrado el caso. Este fue nuevamente parte del debate político
nacional y social en años posteriores, reabriéndose las investigaciones
necesarias para intentar revelar la verdad.
Un estudio realizado en 2013, confirmó que Arturo Jarrín fue torturado
hasta el punto de destrozar su mandíbula, que sufrió quemaduras en sus
genitales, que presentaba marcas de heridas profundas en sus muñecas y que su
cuerpo entero recibió más de una docena de balas la noche en que fue asesinado.
El pasado 26 de octubre se cumplieron 37 años de un hecho que marcó a la
historia política de nuestro país, recordarlo involucra un compromiso para
seguir buscando una luz que le haga frente al olvido, al silencio y la
complicidad. El crimen todavía sigue en
la impunidad, pero muchos no olvidamos y seguimos intentando que la memoria no
sea algo pasado, sino el eje clave que nos permita construir un futuro
diferente, donde episodios como estos no se vuelvan a repetir NUNCA MÁS.
La voracidad de los torturadores a los que se enfrenta Arturo los lleva
a aplicar aquellas “tácticas de investigación” tan bien aprendidas sobre su
humanidad. La crueldad y la violencia que perpetraron antes de asesinarlo solo
sería el reflejo y la huella imborrable de un gobierno que implementó políticas
de terror como eje central de su proyecto gubernamental.
Fuente: https://lalineadefuego.info/arturo-jarrin-el-rastro-de-un-revolucionario-asesinado-hace-37-anos/
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