Por: Natalia Sierra
Las
estrategias de las consultas populares hechas desde los gobiernos tienen, creo,
dos razones principales: 1) Acumular más poder frente a los otros poderes del
Estado, para poder gobernar sin tener que lidiar con el llamado equilibrio de
poderes, es decir, con el juego de la democracia liberal. 2) Buscar legitimidad
ante una escasa aceptación popular que hace difícil el ejercicio de gobierno.
En cualquiera de los dos casos, no se trata de un acto político encaminado a
fortalecer la democracia participativa de la población. Este tipo de consultas
gubernamentales parten de un engaño, pues en estricto sentido no se quiere
consultar al pueblo en función de resolver problemas cruciales que afectan a la
vida social, lo que se busca es adquirir más poder y concentrarlo en el
Ejecutivo para garantizar la realización de planes e intereses particulares del
grupo de gobierno y sus aliados; intereses de beneficio económico o
estrictamente político.
Las
razones que mueven las consultas gubernamentales no tienen, así, nada de
democráticas, aunque usen un mecanismo democrático contemplado en la
Constitución. La consulta popular supone un proceso de diálogo en el cual,
siguiendo los planteamientos habermasianos, los actores del diálogo se
reconozcan mutuamente en su validez argumentativa, que reconozcan verdad y
verosimilitud en el argumento del otro y que cada uno parta de esas premisas.
De lo contrario, el intercambio de opiniones argumentadas que pueda conducir a
acuerdos en beneficio común se hace imposible. No hay democracia cuando el
gobierno hace preguntas cuyas premisas son absolutamente falsas, por ejemplo:
que con la extradición se va a acabar la violencia del narcotráfico. No hay
democracia cuando los anexos esconden, en lenguajes enredados, la pretensión de
concentrar poder sobre otras funciones del Estado. No hay democracia cuando el
gobierno empieza el proceso con mentiras y engaños, cuando obviamente no
reconoce al pueblo como sujeto de diálogo, con capacidad de entender, descifrar
y tomar una decisión sobre una propuesta verdadera y verosímil.
El engaño
del populismo plebiscitario conduce necesariamente a un enfrentamiento violento
de insultos y descalificaciones, que nada tienen que ver con el diálogo que
define un proceso de democracia participativa y directa, que debería ser la
consulta al pueblo. Es así que, durante toda la campaña previa a las votaciones
del referéndum del 5 de febrero hemos asistido a una violencia política cada
vez más agresiva, sobre todo de parte de los sectores alineados con el
gobierno. No ha existido en absoluto espacio para debatir con argumentos las
preguntas, y poder dar las opiniones a favor o en contra, pues no se puede
debatir ni argumentar cuando partimos de premisas falsas, de mentiras. Frente a
las mentiras, que en sí mismas son violencia porque descalifican al pueblo como
actor válido de diálogo y lo que quieren es convertirlo en un número de voto,
no hay opinión ni argumento que funcione. Así, hemos visto como el “argumento”
del gobierno ante la negativa de grandes sectores de la sociedad a aceptar su
consulta tramposa, ha sido la descalificación, la acusación y el insulto. Se
nos acusó, durante la campaña sucia, de “antipatrias” y “narcotraficantes”, en
el peor de los casos, y, en el mejor, de ser todas y todos correístas, por
negarnos a aceptar su manipulación.
El
contundente NO a las preguntas tramposas de Lasso, no es a las preguntas en su
literalidad. Creo, más bien, que es un NO a la mentira que la consulta
significa; un NO al gobierno; un NO a su intento de humillarnos y tratarnos
como si no entendiésemos qué esconden sus preguntas; un NO al engaño del poder;
un NO a su intento de concentrar más poder cuando su legitimidad es
prácticamente inexistente; un NO a su tentativa de recuperar credibilidad y
confianza, las mismas que ciertamente nunca tuvo. Si enfocamos nuestro análisis
a los “argumentos” mentirosos y malintencionados que de forma velada intentaban
legitimar la validez de sus preguntas, (léase: “No permitiremos paros
financiados por el narcotráfico; no permitiremos que los indios hagan lo que
les da la gana; no permitiremos que mancillen la vida de la gente de bien; ni
que ensucien con su vandalismo la vida democrática de la República; ni que
atenten contra el Estado, etc., etc.”), el NO es la respuesta a todo el
discurso colonial, racista y clasista en
contra de los pueblos y nacionalidades indígenas, en contra de los sectores
empobrecidos, en contra de las izquierdas.
Hay que
tomar en cuenta que, en la gran mayoría de provincias de la Sierra y la
Amazonía, donde se ubican los pueblos y nacionalidades indígenas, el NO fue
indiscutible. Que cuatro de las siete provincias de la Costa le dijeron NO; que
las zonas rurales de la provincia del Guayas y de Guayaquil, azotadas y
abandonadas al crimen organizado, le dijeron NO; que, en muchos barrios populares
de Guayaquil, atrapados en la violencia criminal, el NO se hace presente. Al
final, más del 50% de la población ecuatoriana, según el discurso del
presidente y sus seguidores, somos narcotraficantes.
El
triunfo del NO es doble, si tomamos en cuenta que el gobierno hizo su
propaganda con todo el aparato del Estado, con todos los medios de comunicación
hegemónicos de su lado y con todos los empleados-trolls de internet. Ahora ya
es tarde para querer abrir un diálogo y un acuerdo, después que promovieron la
violencia, el insulto y las amenazas como “diálogo” previo a la gubernamental.
El llamado al diálogo social que hacen ahora, después de perder en su tramposa
consulta, es una mentira más que se cae por su propio peso. Esperemos que los gobiernos entiendan que no
se usa un mecanismo democrático para sus ejercicios antidemocráticos, los
pueblos tienen sabiduría e intuición a pesar de toda la campaña de
empobrecimiento político que lanzan en su contra.
El engaño
del populismo plebiscitario conduce necesariamente a un enfrentamiento violento
de insultos y descalificaciones, que nada tienen que ver con el diálogo que
define un proceso de democracia participativa y directa, que debería ser la
consulta al pueblo.
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