Felipe Kohler
Desde el pasado 10 de octubre, las Naciones Unidas llaman
abiertamente a una intervención militar internacional, para “restablecer el
orden” en Haití. El sistema capitalista ha sido cruento en contra de la primera
revolución anticolonial de América Latina, al sumir al Estado caribeño en un
círculo eterno de deuda externa que inició con su independencia formal en 1804.
El colonialismo francés no reconoció a la república de ex esclavxs hasta que
Haití pagase la exuberante suma de 150.000.000 de francos, prestados a Haití
por los propios bancos franceses. A la primera república negra del mundo, le
tomó 122 años pagar la deuda de la Independencia, cancelándose el último rubro
de los pagos de “reparación” a Francia en 1947.
Actualmente, Haití es el territorio más empobrecido del
hemisferio occidental, con una inestabilidad política y económica estructural y
crónica. Las élites burguesas haitianas manejan al país, casi prácticamente
desde su independencia, como un botín de enriquecimiento personal y de su
clase, subyugándose continuamente al dictado de EE.UU. y al imperialismo
europeo. Por su parte, EE.UU. intervino de manera directa en tres ocasiones,
estableciendo una ocupación militar, de las cuales la más larga duro 29 años,
de 1915 a 1934. El acolitismo de los gobiernos burgueses al imperialismo
financiero, desembocó en la profundización de la desigualdad en Haití,
convirtiendo a la isla y su pueblo en mano de obra barata para la nación
vecina, República Dominicana, cuya frontera se encuentra militarizada desde
septiembre de 2022.
Ante la desolación y el yugo neocolonial de Occidente y
el acolitismo de la burguesía local, el pueblo haitiano se encuentra en las
calles de forma masiva desde hace varios años. Haití inició el ciclo de
revueltas populares del 2019, inaugurando las protestas continentales en
rechazo al capitalismo neoliberal. Entre finales de 2019 y comienzos de 2021,
la violencia estatal en contra del pueblo de Haití cobró al menos 133 vidas,
según datos de la propia ONU. Tan solo entre el 8 y 12 de julio de 2022, 234
personas fueron asesinadas en el contexto de las protestas en Puerto Príncipe.
La revuelta popular que se vive en Haití en estos meses, se dinamizó con el
anuncio de la eliminación de los subsidios a los hidrocarburos el pasado 11 de
septiembre, por el primer ministro interino, Ariel Henry. El FMI insistió en
esta medida para mantener el desembolso de nuevos paquetes crediticios desde
2018.
En estos días, los llamados a una intervención militar se
multiplicaron tanto desde dentro como fuera de la isla, para restablecer el
suministro y funcionamiento de instalaciones de carga y almacenamiento de
combustible, mismas que se encuentran tomadas actualmente. La reciente
eliminación de los subsidios a las gasolinas, provocó una duplicación de los
alimentos y productos básicos, precarizando aún más la vida del pueblo
haitiano.
Uno de los pilares fundamentales que pretenden justificar
una intervención militar, apoyado por el oficialismo haitiano y respaldado por
el poder mediático-hegemónico, posicionan el discurso del enemigo interno
también en Haití. Así, los medios capitalistas pretenden generalizar la imagen
de un descontrol en la isla, supuestamente causado por pandillas y el crimen
organizado. No se puede obviar la existencia del crimen organizado en Haití,
como rasgo imperante en la totalidad de la periferia capitalista. Sin embargo,
la reducción de las protestas y movilizaciones en rechazo al imperialismo
neoliberal a estas estructuras, confluye con la doctrina del enemigo interno y
la persecución al pueblo. La organización popular vuelve a ser criminalizada y
deslegitimada, en un intento de justificar masacres en contra de un pueblo
harto de la profundización neoliberal a manos del imperialismo financiero y la
oligarquía en el poder.
No cabe duda de que una victoria popular frente al
imperialismo neoliberal en Haití dignificaría nuevamente a los pueblos
oprimidos del mundo, como ya lo fue la Revolución Haitiana de 1804. Por tales
razones, el imperialismo yanqui y europeo no pueden permitir que su gobierno
títere se tambalee, dispuestos a brindar apoyo internacional en lo que sería la
más reciente incursión imperialista en el continente.
La revuelta incesante demuestra que en Haití existe y se
fortalece la organización popular antineoliberal, además de la conciencia de
clase de un pueblo organizado para tomar las riendas de su historia. Resulta
innegable que los llamados a una intervención militar, jamás han pensado en el
bien del pueblo, ni en Haití, ni en ninguna otra parte del mundo. Estos
corresponden indudablemente a una estrategia contrarrevolucionaria, amparada y
promulgada desde los centros del capitalismo imperialista. Haití resiste, como
siempre ha resistido, porque a pesar de que la dominación y subyugación
cambiaron únicamente de manera formal después de su independencia, en Haití
existe un pueblo digno.
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