Por: Rodrigo Tenorio Ambrossi
Desde
el día mítico de la creación, la mujer fue ubicada en el lugar de la culpa, del
mal y, por ende, del castigo. Desde entonces, se le atribuyeron las causas de
todos los males de origen. Si un niño no rinde bien en la escuela, se llama a
la mamá pues se sospecha que el niño está siendo maltado o abandonado por ella.
Como si fuese poco, desde los mitos de origen y las liturgias religiosas, a
ella se le endosa la presencia del mal (pecado) en el mundo. Bastaría con ir a
los relatos bíblicos.
De hecho,
gran parte de la organización cristiana se sustenta en actitudes eminentemente
fóbicas a lo femenino: lo clerical lo testimonia. El celibato obligatorio para
religiosos, sacerdotes y monjas lo confirma. Al revés de lo que acontece en
otras comunidades religiosas, por ejemplo, en la Iglesia anglicana en la que el
celibato de los sacerdotes es opcional.
Pobre
mujer, acusada de ser la culpable de la presencian del mal en el mundo. Mala en
sí misma, de modo particular a causa de las supuestas pérfidas redes que tiende
con su sexualidad y erotismo y convertidos en trampas en las que caen los
hombres, uno tras otro, irremediablemente. El mal se introdujo en el mundo a
causa de ellas y por su mediación.
Para
salvarse, debieron realizar innumerables y hasta pérfidos acomodos con su
cuerpo, su sexualidad y sus placeres. En la historia, millones de mujeres, ante
la amenaza de ir a los infiernos a causa de su sexualidad y su placer y para no
causar males peores, debieron sepultarse de por vida en claustros y
monasterios. Unas lo hicieron libremente, otras obligadas por el poder paterno.
Solo así podrían salvarse de su propio mal: salvarse de sí misma en tanto
mujeres y, sobre todo, mujeres deseantes.
Además,
ya en el convento o el claustro, se impedían a sí mismas expandir cada vez más
el mal del goce sexual en el mundo, sin tiempo ni medida. Aun cuando no lo
dijesen así, el efecto esotérico esperado lo denunciaba a voz en cuello. Hay el
lienzo de una santa mujer ofreciendo en una bandeja sus dos inmaculados y
hermosos senos a un Cristo crucificado que ya no los deseaba.
A más de
los renunciamientos a sus goces, a aquellas mujeres les pertenecen, por
justicia, la sumisión y el perruno sometimiento al poder de los hombres y de
las enseñanzas religiosas. Solo así aseguran una ofrecida felicidad, no en este
mundo de desigualdades, sino, después de muerta, en la infinidad de un paraíso
del que, sin embargo, nadie sabe nada. Pero esto carece de importancia: nadie
les dijo que el paraíso o el infierno es el otro.
ESTE
INFIERO NO ES NADA METAFÓRICO PARA MUCHAS MUJERES CUYOS NOVIOS, ESPOSOS O
PAREJA SEXUAL SE HA CONVERTIDO EN INFIERNO REAL
No solo
la religión. También ciertos sistemas políticos han optado por similares
actitudes con las mujeres. Pese a los inmensos cambios que se han dado, la
mujer sigue ocupando un segundo lugar en la organización social. El machismo es
cada vez más hipócrita: es capaz de disfrazarse de igualitario cuando en
realidad no se trata sino de una trampa. Por ejemplo, habría que realizar un
profundo y verdadero estudio de la situación de las mujeres que han optado por
ser militares o, policías. Una
investigación a sus decires, sus silencios, sus deseos, sus libertades y
sometimientos.
Esta
mujer desaparecida no-es-no-fue policía, pero sí esposa de un oficial
instructor que, en lugar de buscarla afanosa y dolorosamente, huye del cuartel.
Ello hace sospechar que él la desapareció y la asesinó como signo de su
infinito amor: para que ya no sufra más con sus infidelidades y violencias.
El
infierno es el otro, dijo Sartre. Este infiero no es nada metafórico para
muchas mujeres cuyos novios, esposos o pareja sexual se ha convertido en
infierno real. Se trata de un infierno en el que, con demasiada frecuencia, van
a parar muchas mujeres conducidas por el falso amor de hombres perversos. Solo
hace poco, él la prometía amor eterno. Hoy es un cadáver que clama justicia.
El
cristianismo es apodícticamente tajante: el mal se introdujo en el mundo vía
mujer. Ella, per se, es la mala y pecadora. Ella la que, con su lascivia,
condujo al santo varón al mal. Al respecto, tiene las manos absolutamente
sucias. Y no serán suficientes las aguas de todos los mares, de todas las
nuevas ideologías y de todas las leyes que recientemente se han propuesto para
purificarla.
En 1979,
circuló en Leningrado un documento escrito a máquina que denunciaba la
desigualdad sexual en la URSS. A las responsables se las obligó a ir al exilio.
Una de ellas y fundadora del primer grupo disidente feminista de la URSS murió
en un accidente de auto sospechoso cuando estaba a punto de emigrar. Y la escritora
Iuliia Nikolaevna, que rechazó irse al exilio, fue juzgada por «calumnias al
Estado» y sentenciada a cinco años de exilio interior que fueron conmutados por
una pena de dos años en un campo de concentración.
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