Por: Francisco Escandón Guevara
A las
puertas de finalizar el mandato de Moreno, su ineptitud e indolencia se repite
una vez más. La cereza del podrido pastel es la inacción gubernamental para
evitar la masacre de personas privadas de libertad en varias cárceles.
Los
amotinamientos que produjeron cerca de ochenta asesinatos no sólo reflejan la
guerra entre bandas delincuenciales y el ajuste de cuentas entre mafiosos, como
dice el oficialismo; el fondo es una crisis carcelaria que tiene raíces en
problemas estructurales de la sociedad que se complementan con políticas
erróneas sobre el encarcelamiento adoptadas por las élites.
El
hacinamiento, la corrupción, el tráfico de armas y estupefacientes, la
violencia en las cárceles del país es consecuencia de la indiscriminada
penalización, con prisión, de contravenciones o delitos, de la importación de
modelos de reclusión estandarizados, de la objeción a los derechos humanos de
los reos, del desfinanciamiento de los reclusorios, etc.
La crisis
carcelaria fue incubada durante años, en el 2019 y 2020 incluso los reclusorios
fueron intervenidos a través de estados de emergencia y excepción. De nada
sirvió, la sádica carnicería de desmembramientos y decapitaciones demuestran
que el gobierno estuvo otra vez ausente. ¿Qué hicieron los órganos de
inteligencia para prevenir la violencia en las prisiones?, ¿por qué la
intervención fue inoportuna en los motines? Todo apunta a Moreno como
responsable de crímenes de Estado.
Justificar
la inoperancia culpando de los hechos al fantasma del corrupto correísmo es
irresponsable, como también es detestable que el populismo jurídico aproveche
el momento para propagandizar sus tesis de pena de muerte, cadena perpetua o
privatización carcelaria.
La salida
no está en extremar la punibilidad y la coerción, en esa vía continuará el
derrame de sangre; la alternativa está en la prevención social de los delitos a
través del fomento de trabajo digno y en la generación de oportunidades para el
bienestar de la gente.
Las
cárceles deben dejar de ser las mazmorras en las que se profesionalizan
delincuentes, el reto es construir un verdadero sistema de rehabilitación que
garantice la reinserción social integral de las personas privadas de libertad.
Quien
festeja un asesinato perdió su humanidad. Hay que trascender el debate perverso
que impone la muerte sobre la vida.
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