Por
Juan Cuvi
Habrá que ver qué
resultados tiene el asilamiento voluntario aplicado por las comunidades
indígenas rurales para protegerse de la pandemia de covid-19. De por medio
también están la recuperación y el uso de prácticas médicas milenarias, que han
subsistido por siglos a pesar de la colonización.
El
eventual éxito de esta estrategia volverá a colocar en el debate académico,
político y científico la pertinencia de los sistemas médicos ancestrales frente
al fracaso innegable del modelo biomédico curativo y comercial. Que una
potencia económica y tecnológica como los Estados Unidos no haya podido
responder adecuadamente a la pandemia nos remite a un problema de fondo, que
trasciende la torpeza y la simpleza de su Presidente.
Estamos,
entonces, frente a dos concepciones radicalmente opuestas de lo que significa
la salud para los seres humanos: o es la simple ausencia de enfermedad, o es el
equilibrio entre factores que van desde la economía hasta el estado emocional
de cada individuo. La parte o el todo.
Por
eso, combatir la pandemia con el despliegue de una costosa y agresiva
parafernalia médico-industrial solo provocará la reproducción interminable del
mismo problema que se pretende resolver: se neutraliza un virus para dejar el
camino abonado para el siguiente, porque las causas continúan intocadas.
En
ese sentido, las estrategias comunitarias frente al coronavirus tienen hoy un
gran desafío: asumir la salud desde distintas aristas, con un sentido de la
integralidad que combine, entre otros elementos, alimentación, ambiente,
saberes ancestrales y cuidado. Coincidentemente, aquellas funciones que
usualmente recaen sobre los hombros de las mujeres y que suelen ser
infravaloradas y hasta invisibilizadas.
Sostener
el bienestar colectivo a partir de estos roles fundamentales puede abrir las
puertas a algo tan ambicioso como la feminización de la economía. Y lo
colectivo femenino plantea una contradicción radical con el capitalismo
patriarcal.
De
ese modo, la recuperación y el predominio de los sistemas médicos comunitarios
no tiene que ver únicamente con las necesidades inmediatas de poblaciones
excluidas, sino con el cuestionamiento al propio sistema hegemónico. Uno de los
instrumentos más efectivos de colonización y control ideológico del capitalismo
ha sido el modelo biomédico. Mediante su imposición desde el Estado y desde el
mercado se ha desestructurado un mundo basado en la solidaridad, en la acción
colectiva y en la transmisión generacional de conocimientos. Es decir, un mundo
sostenido en la cultura.
En
el caso de los pueblos y nacionalidades indígenas esta ofensiva ha sido
implacable, porque a través de la medicina convencional se ha buscado su
sometimiento epistémico. Aceptar la superioridad de la ciencia médica
occidental acarrea su debilitamiento como cuerpo social y, por lo mismo,
facilita su asimilación a la cultura dominante. Hoy existe la oportunidad de
revertir esa lógica de dominación.
“Estamos frente a dos concepciones radicalmente opuestas de lo que
significa la salud para los seres humanos: o es la simple ausencia de
enfermedad, o es el equilibrio entre factores que van desde la economía hasta
el estado emocional de cada individuo”.
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