Por:
Camilo Cabezas
Contra el coronavirus hay que
lavarse las manos, dicen. En los suburbios de Guayaquil, con el agua que dejan
los tanqueros, se bañan, limpian, beben, cocinan. El 7% de los guayaquileños no
tiene acceso al agua potable.
Cada
vez que llueve, Marisol Chávez se apresura a recoger la mayor cantidad de agua
posible. Sale corriendo de su casa, construida en la Cooperativa Cañaveral en
los suburbios de Guayaquil, con baldes y tanques para llenarlos de líquido.
Con el agua, ella y su hija de seis años, se bañan, limpian, beben y cocinan.
Mientras, en la televisión nacional recomiendan lavarse constantemente las
manos para prevenir el contagio del COVID-19. Pero, “¿con qué agua?”, pregunta
Marisol, como si se preguntara a sí misma. “Y es lo que nos preguntamos todos
aquí”, cuenta ella, quien también es la presidenta barrial del sector. Allí
existen alrededor de mil familias, asegura. En el poblado no existe el servicio
de agua potable ni alcantarillado. “Antes, estos sectores se abastecían con
tanqueros pero desde que inició la pandemia, ha dejado de ingresar a estos
lugares”, recuerda Marisol.
Ellos
no son los únicos en la ciudad porteña. Aproximadamente, 7% de los
guayaquileños no acceden al derecho de agua potable, asegura el Director del
Observatorio de Servicios Públicos, César Cárdenas. Entre los sectores que
no cuentan con el servicio, además de Cañaveral, se encuentra la coopertiva
Ciudad de Dios y los sectores menos visibles de Monte Sinaí. Todos estos asentamientos
humanos pertenecen a la parroquia Tarqui, dentro de Guayaquil. Mientras que
este sector, el más grande de la ciudad, tiene 4 infectados por cada 1000 de
sus habitantes; La Puntilla, del cantón Samborondón, tiene 10 por cada 1000,
según datos del Ministerio de Salud. Es decir, La Puntilla tiene más del
doble de infectados que Tarqui, si lo calculamos en cuanto a su proporción por
número de residentes. Pero, a pesar de ello, en Tarqui la mortalidad es el
triple a comparación de La Puntilla, en donde solo el 1% de los infectados
muere. En pocas palabras, en Tarqui se enferman menos, pero mueren más. Aunque
esta pandemia no discrimina a quien infectar, al parecer sí lo hace en cuanto
a quién decide matar: aquellos que son vulnerables por estilos de vidas
precarios e insalubres.
“La
Puntilla tiene más del doble de infectados que Tarqui, si lo calculamos en
cuanto a su proporción por número de residentes. Pero, a pesar de ello, en
Tarqui la mortalidad es el triple a comparación de La Puntilla, en donde solo
el 1% de los infectados muere”.
El
infectólogo Carlos Rodríguez explica que el acceso a servicios básicos o el
nivel de alimentación de los poblados podría determinar el nivel de
resistencia frente al COVID-19. Por eso, “medidas como el uso de mascarillas,
solo son eficaces si se combinan con cosas esenciales como el lavado de manos”,
dice el especialista Rodríguez. Pues nos tocamos el rostro casi tres veces por
minuto, según el especialista.
El
inicio de épocas de lluvia significa tener alguna una especie de acceso a agua
pero supone también estar propensos a otras enfermedades. “Aquí, cuando
empiezan las lluvias, también empiezan los casos de dengue y chikungunya”,
cuenta Manuel Orellana, líder Barrial de la Cooperativa Talia, en Monte
Sinaí. Estos cuadros clínicos son los que llaman una infección cruzada,
explica el intensivista Álex Gutiérrez, quien es el director del posgrado de
medicina crítica en la Universidad Espíritu Santo. Es decir, son dos
enfermedades que atacan al mismo tiempo al cuerpo. En zonas tropicales, como en
Guayaquil, existen estos casos. Por ende, “estos son pacientes más
vulnerables”. Aunque, aclara, como en la mayoría de los estudios relacionados
con esta pandemia, “no existe información suficiente”.
El
infectólogo Gutiérrez coincide: “un
colapso vascular ocasionado por dengue, sumado una insuficiencia respiratoria
como el COVID-19, disminuye la probabilidad de recuperación”. También agrega
que al “no contar con un sistema de eliminación de desechos digno, ayuda a la
infección de otro tipo de bacterias y virus, exponiendo doblemente el sistema
inmunológico del individuo”.
En
sectores como la cooperativa Ciudad de Dios, sus habitantes se las ingenian
para poder acceder a algo tan elemental como el derecho al agua. “Conectamos
una manguera a una escuela pública y de allí sacamos. Hemos podido hacerlo
porque, debido a la pandemia, no hay tanta seguridad en el plantel. Y, si
alguien debe hacerse responsable, ese soy yo”, confiesa Jhon Mera, líder
barrial de Ciudad de Dios. “Y lo hicimos porque habíamos pasado tres días
enteros sin agua y, aunque nos llamen invasores, seguimos siendo seres
humanos”. Pero ahí no acaba. Luego de que la manguera traslada el agua hasta
cierta distancia, “los moradores debemos cargar los baldes unos 200 metros
hasta nuestras casas”, cuenta Mera. En el lugar hay unas 200 familias. Estos
sectores han estado desprotegidos debido a que “para las autoridades, ellos no
son parte de Guayaquil, no son de nadie”, asegura el director de la asociación
Observatorio de Servicios Públicos. Por ello, el intensivista Gutiérrez cree
que es esencial proporcionar un sistema protocolizado de desinfección de manos
porque la escasez de agua podría aumentar la cantidad de contagios.
“Un
colapso vascular ocasionado por dengue, sumado una insuficiencia respiratoria
como el COVID-19, disminuye la probabilidad de recuperación”.
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