Por: Juan Cuvi
Pepe Mujica no tuvo pelos en la
lengua a la hora de condenar las dictaduras de Ortega y de Maduro. Al propio
Chávez le dijo, a propósito de ciertas orientaciones de su gobierno: “mirá, que
vos no construís ningún socialismo”.
No
suelo hacer referencias a mis propios artículos. No por falsa modestia, sino
porque me parece un acto de comodidad o de incapacidad creativa. Hoy lo hago
porque la situación lo amerita, como un sentido homenaje al último
representante de una época gloriosa, y al mismo tiempo trágica, de la izquierda
latinoamericana.
El
artículo en mención se titula El socialismo de Mujica y fue publicado en enero
de 2010. El propósito fue tan necesario como arriesgado: señalar las profundas
diferencias que existían entre aquellos mandatarios que copaban el espectro de
lo que en su momento se identificó con el irónico calificativo de izquierda
rosa.
El
momento era particularmente adverso para hacer estos señalamientos desde una
postura de izquierda. El mal llamado progresismo estaba en la cresta de la ola.
Los gobiernos y proyectos populistas –autoritarios y corruptos– estaban en
auge. Todo cuestionamiento a cualquiera de sus jerarcas podía terminar con la
excomunión de parte de los sumos pontífices de la izquierda proto-fascista que,
en esos tiempos, condenaban a sus críticos con la misma agilidad con la que se
embolsicaban los dineros públicos. No obstante, la figura, la trayectoria y la
trascendencia del viejo guerrillero tupamaro y expresidente uruguayo lo
demandaba.
He aquí algunos extractos del
artículo, editados brevemente para facilitar su lectura:
«El debate sobre el socialismo
adquiere particular relevancia al calor de los acontecimientos políticos que
experimenta América Latina. Vale
recordar algunos aportes teóricos que, por la fuerza de las circunstancias,
fueron proscritos o condenados al olvido.
«En
una carta escrita en 1868, Bakunin advertía sobre las desdichas que acarrearía
la combinación de socialismo con absolutismo, “a través de la dictadura y la
concentración de todos los poderes políticos y sociales en el Estado”. Sin proponérselo, profetizaba lo que, décadas
después, ocurrió en la Unión Soviética con las deformaciones del estalinismo.
«Traigo
a colación esta historia a propósito de unas declaraciones concedidas por José
Mujica al diario argentino La Nación.
Allí enfatizó que él no cree en modelos estatizantes que, entre otras
cosas, terminan dejando como herencia unas burocracias inmanejables. Para él, las opciones revolucionarias hoy
tienen que ver con la capacidad de los grupos sociales para mandarse a sí
mismos. Desde esta visión, autogobierno,
autogestión y autonomía social adquieren importancia relevante dentro de una
propuesta más contemporánea de cambio social.
«Las
credenciales de Mujica como hombre de izquierda no admiten la menor duda. Si de
pergaminos revolucionarios se trata, exhibe varios más auténticos que sus homólogos
latinoamericanos identificados bajo el membrete del socialismo del siglo XXI.
«Pero
su mayor aporte constituye un pensamiento moderno y avanzado que desvirtúa la
falsa clasificación entre izquierda dura e izquierda light, y que no hace más
que encubrir diferencias sustanciales. Porque el debate actual de la izquierda
no debe darse entre “duros y blandos”, sino entre un socialismo visionario y
otro atado a los viejos dogmas del pasado.
«La
cuestión resulta indispensable en momentos en que el gobierno (de Correa)
propicia una peligrosa desconexión con los movimientos sociales históricos.
Romper el diálogo con la CONAIE implica, en gran medida, el debilitamiento de
las opciones de autonomía de la sociedad frente al Estado y de profundización
de la democracia».
Hasta
aquí la transcripción. Solo queda añadir que Mujica no se guardaba las
verdades, inclusive si estas podían incomodar a sus partidarios. No tuvo pelos
en la lengua a la hora de condenar las dictaduras de Ortega y de Maduro. Al
propio Chávez le dijo, a propósito de ciertas orientaciones de su gobierno:
“mirá, que vos no construís ningún socialismo”. Porque siempre puso por delante
la ética, la honestidad política y la consecuencia.
Que tengas un buen viaje, Pepe.
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