Por: Tomás Rodríguez
Nos estamos acostumbrando a la sistemática y
cotidiana muerte provocada por la violencia del Estado o por la violencia
contra el ciudadano, esta banalización
se está interiorizando en la conciencia colectiva, como conciencia pasiva que lo
justifica o lo asume todo; asume
hasta lo inverosímil –con susto– y si no es así, lo admite con buena dosis de indiferencia.
Los
dispositivos que vuelven trivial el acto de morir asesinado están
presentes en el imperativo del
cuerpo, por acción de una ideología promovida directa o indirectamente a través de
los medios de comunicación que
hacen noticia de prácticas de
terror en todos los entornos. Se
asesinan entre presos, hoy llamados graciosamente privados de libertad. ¿Dónde
hay libertad? Y se exponen en la TV y en
las “redes sociales”, muestran el juego
de pelota con las cabezas degolladas, se
contabiliza a las mujeres asesinadas
hasta por los administradores de justicia; se narran las historias de niños con la más prematura de las muertes que es el
asesinato. A eso le llamamos noticia.
Trivialización
cruel que nos está llevando a la indiferencia ante el dolor de
los “otros”, indiferencia con ingredientes de imágenes saturadas de
destrucción genocida. ¡Maldito hábito de
consumo de rutina diaria! Hasta los noticieros serios ya siguen el ejemplo de
diario Extra con sus páginas de sangre
en crónica roja. Las imágenes de sufrimiento pasaron de las telenovelas a hechos de la vida real y mejor aún si se
exponen en vivo y en directo. Toda una característica metodológica que construye mecanismos de un nuevo mercado que se
instala en la subjetividad del colectiva, ávida de un consumo espectacular.
La
narcomúsica, las narconovelas con la Reina del Sur a la cabeza, la brutalidad
hasta enternecida de la policía
de Chicago, completan el cuadro bien
elaborado que crea una hegemonía violenta distractiva/destructiva, ajena a los
bajos salarios, los desalojos, la vida costosa para los pobres y los
“emprendedores” de venta callejera que
emprenden su huida ante la presencia de
los violentos policías municipales.
Los
televidentes incorporados a un nuevo
sentido simbólico deconstruyen el orden ético preexistente que
delimitaba el bien del mal a la forma de la vieja cristiandad. Hoy, se exponen
sicarios jóvenes devotos a la
virgen, a los cuales un periodista les pregunta si no han leído el «No matarás»
como mandamiento y los jóvenes sicarios responden que también las escrituras
dicen: «Comerás el pan con el sudor de la frente”.
Narrativa de verosimilitud, sociología del
lenguaje cruel con sentido simbólico que
sucede con relatos, sonidos y silencios
donde una imagen es mejor que mil palabras enredadas en entornos que banalizan el mal más radical
con la representación de los crímenes actuados. Los pervertidos o sádicos son
parte de la noticia terrible y terrorífica,
la notica normal, la del día a día.
El mal
radical dejó de ser un pecado original,
es ya la manera histórica y política “cristalizada” que reduce la vida a una condición superflua y
hace de la cotidianidad una sobrevivencia, donde los que no mueren ven destruir
sin escrúpulos una parte de la existencia que se vuelve más ajena que nunca.
Cuando el
horror hace acto de presencia, los ciudadanos debemos rechazar la contemplación y repudiar los nuevos campos de concentración y de
extermino. No es posible que las
ciudadelas cerradas sean garantías de seguridad y la ciudad se multiplique con
guetos y toques de queda autoimpuesto por el poder del miedo donde las casas, el pronto refugio, sean otra
fuente de neurosis y donde la
convivencia comunitaria se ausenta
Esta
realidad, nueva banalidad del mal,
asfixia la libertad aun en escenarios liberales, nos impone un poder totalitario-terrorista que intenta conformarnos como sujetos incapaces de pensar sobre el sentido
moral de convivir en paz, es núcleo
perverso de ideología dominante.
Ideología
dominante y perversa donde morir deja de
ser un acto heroico y matar un ejercicio de
progreso, porque como Camilo
Torres lo señaló: “La violencia abrió canales de ascenso social. Los jóvenes llaman naciones a sus barrios y
para matar contratados como sicarios se
sienten soldados con “harta demencia”.
“El bien
es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo.”
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