Por: Juan Cuvi
Antonio Gramsci desarrolló el concepto de
hegemonía a fin de definir la capacidad de un grupo, clase o sector social para
articular al resto de actores políticos alrededor de una propuesta de
conducción del Estado. En otras palabras, para hacer pasar por general un
interés particular. La habilidad de quienes en un momento determinado manejan
las riendas del poder político radica en convencer al conjunto de la sociedad
de que su discurso es la mejor –cuando no la única– opción para resolver los
problemas del país. De ese modo, los sectores dominados o subordinados terminan
remando en la misma dirección que las élites, a pesar de ir a contracorriente
de sus auténticos intereses.
La
explicación –bastante simplona, por decir lo menos– viene al caso por el debate
que se ha generado a propósito del denominado IV Consenso de Cusín. Al parecer,
los convocantes al evento han pasado revista a algunos textos de Gramsci, sobre
todo aquellos que ponen de relieve el papel de la ideología como factor determinante
en la estructuración de un proyecto de poder.
EL
DISCURSO QUE TRATAN DE POSICIONAR SE CENTRA EN LA AMBIGUA Y DELEZNABLE IDEA DE
QUE LAS MEDIDAS FISCALES Y TRIBUTARIAS ESGRIMIDAS SON SUFICIENTES PARA RESOLVER
LOS PROBLEMAS HISTÓRICOS Y ESTRUCTURALES QUE AQUEJAN AL ECUADOR. Y, EN
CORRESPONDENCIA CON ESTA AFIRMACIÓN, FULMINAN A TODOS AQUELLOS QUE NO COMULGAN
CON ESTE RAZONAMIENTO.
Las
coincidencias son por demás evidentes, particularmente en aquellos articulistas
y analistas que actúan como amplificadores del encuentro. El discurso que
tratan de posicionar se centra en la ambigua y deleznable idea de que las
medidas fiscales y tributarias esgrimidas son suficientes para resolver los
problemas históricos y estructurales que aquejan al Ecuador. Y, en correspondencia
con esta afirmación, fulminan a todos aquellos que no comulgan con este
razonamiento. En la práctica, quieren alcanzar la hegemonía desde la opinión y
no desde la política.
En estas
condiciones, el consenso propuesto se convierte en un tapón antes que en una
salida. En una sociedad tan fragmentada y desigual como la nuestra, cualquier
discurso con pretensiones hegemónicas arranca con los pies amarrados. Es lo que
le ocurre al proyecto neoliberal: excluye y perjudica a tanta gente que no puede
impedir la conflictividad permanente.
Hoy, en
plena crisis, hay sectores que buscan un consenso a partir de una visión
parcializada de la realidad, con lo cual únicamente propician la suspicacia de
los excluidos. ¿Reflejan los trece puntos del programa de Cusín una aspiración
medianamente coherente con las necesidades de los sectores sociales golpeados
por el desempleo, la inseguridad o la pobreza? ¿O son una simple estrategia
para readecuar el esquema de poder de las élites? ¿Qué se dice respecto de la
constitución de un Estado plurinacional, de la concentración de la riqueza o de
la narcotización de la economía, factores cuyo tratamiento es fundamental para
plantearse un proyecto de país?
Así, la
hegemonía vista desde Cusín no es más que una elegante estrategia para cerrar
los ojos frente a una realidad desagradable, amenazante. La única hegemonía
posible en una sociedad capitalista implica una democratización real y efectiva
del poder. Las buenas intenciones, por lo mismo, son inútiles; ya sabemos a dónde
conducen.
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