Por: Revista Crisis.
Los últimos catorce años de vida “democrática” han estado marcados por la
constante ambiguedad organizativa y programática de las organizaciones y
partidos políticos que intervienen en la contienda democrática burguesa. Los
términos “progresista” o “izquierda” se han vuelto camaleónicos mientras la
real politik configura las identidades a través del marketing y las estrategias
de comunicación, cuyo objetivo ha sido hasta ahora, seducir a un público antes
que motivar la reflexión, construir un programa o defender una ideología más
allá del sentido común.
Los individuos en nuestra sociedad
contemporánea se reconocen de izquierda o progresistas no porque militen en un
partido, una célula, un frente de masas o defienden tales ideas o programa;
sino porque alguien o algo ha depositado en el imaginario colectivo dichas concepciones.
El ejemplo claro es el correísmo, no existe un vínculo orgánico, estructural o
histórico -entre adherentes o simpatizantes- más allá de los factores
emocionales, la mediatización y la mejora de la calidad de vida, -salvo
contadas y limitadas experiencias-, activadas casi siempre bajo el calor de la
batalla electoral o la agenda que dicta la prensa o la justicia burguesa.
Los hechos recientemente ocurridos en
la Asamblea Nacional debelan con suma claridad lo planteado anteriormente. Pese
a que una minoría de “intelectuales” y generadores mediocres de opinión,
pretendan justificar un pacto entre las fuerzas “progresistas” y
“plurinacionales”, con la oligarquía fascista y el capital financiero
-disfrazado de tecnicismos jurídicos y procedimiento parlamentario- estas dos
últimas tienen conocidos intereses de clase compartidos, que son más antiguos
que una fallida operación política.
El cálculo político -la supuesta
fórmula superadora de las “infantilismos” ideológicos- ha terminado por
enterrar a estas dos expresiones en lo más profundo del basurero de la
historia, como meras organizaciones que no han podido superar la trampa liberal
de la democracia, y no se han esforzado por constituirse en partidos ideológica
y programáticamente sólidos. Una vez más, tener el poder del Estado, un curul,
no lo es todo, de hecho, vienen a ser hasta irrelevantes sino el poder del
pueblo no ha superado la institucionalidad burguesa mediante un estallido
revolucionario.
Correístas y anti correístas se han
hermanado operando, a tiempo distinto, con las facciones reaccionarias, mismas
que posibilitaron la desinstitucionalización del Estado, el lawfare, la
persecución política, etc. Desde una lectura idealista y mecánica estas
fracciones reaccionarias -PSD y CREO- aparentemente se han “desprovisto” de su
carácter de clase, para convenir democráticamente en la estructura base de la
Asamblea Nacional del Ecuador en pos de lo que requiere el país. Nada más
estúpido, pues ninguna clase se ha suicidado en la historia por mero acto de
filantropía.
UNES y Pachakutik han hecho no solo el
ridículo ante sus adherentes y simpatizantes, sino que han marcado una línea
roja, que bien podría anunciar dos fines de ciclo. El primero, inaugurado a
inicios de los años 90, con la irrupción de los denominados “movimientos
sociales”, y el segundo, con el anti neoliberalismo burgués modernizante de la
Revolución Ciudadana. Creemos que
cualquier recomposición se contará de aquí en las décadas venideras.
Ambas organizaciones seguirán existiendo, su defunción no será inmediata, sino que dependerá también de cómo las minorías revolucionarias puedan constituir una expresión política con voluntad de poder. Deberán condensar todos los aprendizajes y errores de estas en un partido acorde a como la lucha de clases se expresa en nuestro país. Camino, que lejos de encontrarse en las próximas contiendas electorales y años venideros, estará y se construirá fundamentalmente entre las organizaciones, los centros de estudio y de trabajo, los barrios, el campo y la ciudad.
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