Por: Emilio Campos
Desde
el Nixon Shock de la década de los 70s y la reconfiguración de la economía
global con el fin de los Acuerdos de Bretton Woods, las contradicciones más atroces
del capitalismo se han recrudecido. En la actualidad, vivimos en el éxtasis del
desarrollo y pero rodeados de privaciones, creyendo ciegamente en el progreso.
Al mismo tiempo de hundirnos en las desigualdades más crueles, la generación de
riqueza se convirtió en la razón de ser de nuestra existencia, pero a donde
quiera que miremos, la miseria se recrudece.
En otras
palabras y tomando prestada la metáfora de Ícaro, utilizada por el ex ministro
de finanzas griego, Yanis Varoufakis, en su libro El Minotauro Global: nos
hemos convertido en ese joven, que por la codicia de querer volar más alto, nos
acercamos tanto al sol que nuestras alas dejaron de funcionar y caímos al
abismo con un desenlace fatal. Las sociedades, a diferencia de lo sucedido con
Ícaro, han sobrevivido al impacto de las grandes crisis, desde la caída del
precio del petróleo en los 70s, pasando por la crisis de la burbuja punto-com
de los 2000 hasta llegar a la Segunda Gran Recesión del 2008. Hasta ahora,
después de la caída nos hemos levantado, nos sacudimos y tomamos nuestras alas
para emprender vuelo en la misma dirección. Es casi como si una ley divina del
capitalismo dictara que, entre más cerca estamos del objetivo, más nos
acercamos también a nuestra propia destrucción.
La crisis
del covid-19, pese a sus diferencias de forma con las crisis antes mencionadas,
guarda en su interior las mismas contradicciones de ocasiones pasadas. Las
desigualdades sociales, la pobreza, la precarización laboral, y las debilidades
de los tejidos institucionales erosionados por la lógica privatizadora, han
hecho que esta pandemia también exacerbe la lucha de clases. Esta encrucijada
en la que nos encontramos desde hace décadas, pero que se ha recrudecido en el
año 2020, no solo debe animar la discusión en las esferas políticas, sino debe
ser un llamado de atención también a la sociedad civil, que muchas veces con su
silencio y pasividad es cómplice de lo que sucede. Es momento de condensar las
lecciones aprendidas, y traducirlas en batallas sociales que marquen el camino
por el cual queremos transitar, un camino hacia un mundo más justo, más social
y, sobre todo, más humano.
Debemos
empezar a pensarnos agentes sociales de cambio. El filósofo francés George
Sorel nos decía que el conflicto evita la osificación del sistema social,
forzando la innovación y la creatividad. Es hora de que nos volvamos a permitir
creer, imaginar, soñar. Por eso, cada batalla es una oportunidad, tanto
individual como colectiva, para hacerle frente a un enemigo que nos supera
ampliamente en poder, pero no en número. Las Batallas del Futuro solo pretenden
invitarnos a construir nuestras propias trincheras y luchar, sabiendo que,
somos y seremos miles.
El
renacer del Pensamiento Negativo
La
primera batalla se encuentra en el mundo subjetivo de nuestra inconsciencia y
conlleva replantear nuestro rol político frente al entorno que nos rodea. Las
grandes transformaciones del pensamiento humano constituyen el legado más
importante para las generaciones del presente. Desde el nacimiento de la
filosofía, gran parte de los pensadores se han enfocado en la búsqueda de la
razón, es decir, la búsqueda de lo que es. Para el sociólogo Herbert Marcuse,
es una sociedad unidimensional, donde la libertad creativa y la imaginación del
individuo han sido suprimidas y reemplazadas por un mundo de ideas
preconcebidas en las altas esferas académicas, políticas y económicas.
No hemos
entendido – sostiene Marcuse – que el mundo nació siendo bidimensional, es
decir, dentro de cada uno de nosotros, hay un espacio importante dedicado al
tan anhelado razonamiento, pero hay también otro, más cercano a nuestro
inconsciente, que tiene la capacidad de imaginar más allá de lo que este mundo
aparenta ser. Este espacio nos permite crear obras artísticas, hacer poesía y
componer piezas musicales que trascienden cualquier lógica existente. Nos
permite construir un mundo en el imaginario individual que esté dominado por el
deber ser y no por el es. A esto, Marcuse lo denominó el pensamiento negativo.
La
segunda mitad del siglo XIX marcó un punto de quiebre decisivo para la
construcción de un sistema de represión de la libertad instintiva. Hombres y
mujeres dejaron de ser sujetos y fueron convertidos en objetos al servicio de
un sistema. La automatización de las formas de producción, la supresión de
puestos de trabajos inservibles para el sistema capitalista, y
fundamentalmente, el monopolio de la información al servicio de intereses
particulares, nos hace pensar que, no deberíamos hablar de una alienación de
las clases subalternas por un sistema injusto, sino que hoy en día debemos
hablar de una colonización del mundo capitalista, hasta en lo más remoto de
nuestro ser.
Es ahí
donde encontramos nuestro primer campo de batalla. La eliminación del deber ser
ha provocado que vivamos en las contradicciones más inimaginables. Al tener de
referencia solo al es, pensamos – por ejemplo – que la paz es la ausencia de
guerra, incluso llegamos a justificar en algunas ocasiones la búsqueda de lo
que creemos que es paz con la guerra, porque así es, porque no somos capaces de
ir más allá de lo que aparenta ser real y razonable. Hemos puesto la etiqueta
de democrático a gobiernos que han utilizado la política para beneficios
privados. Hemos perdido la capacidad e incluso el deseo de pensar en lo que
debería ser un mundo realmente pacífico y democrático.
Por este
motivo debemos plantearnos como primera batalla, un renacer del pensamiento
negativo, con la mirada clara en los problemas cotidianos de nuestras
sociedades, pero sin dejar de pensar ni un solo momento en lo que este mundo
todavía no es. Es ahí hacia donde tenemos que caminar. Debemos tener muy claro
que sin la recuperación absoluta de los sueños, de la imaginación, de la
creatividad y sobre todo de la capacidad crítica de cada individuo frente a lo
que está mal, no seremos capaces de entender los siguientes retos. No seremos
capaces de entender que la recuperación del trabajo como un espacio de
realización personal solo podrá ser posible, si primero nos reconocemos como
sujetos sometidos a un sistema económico-político que se fundamenta en la
explotación. Sin esta introspección, tampoco podremos cambiar los sistemas
educativos y de salud excluyente, los sistemas electorales injustos, las
instituciones corrompidas, el racismo y la discriminación y la desigualdad.
Una vez librada esta batalla, estaremos listos para enfrentar la siguiente batalla: la recuperación del poder popular. La historia de principios del siglo XX nos ha demostrado que la izquierda muchas veces a subestimado su propia capacidad organizativa. Asaltaremos cada calle, cada plaza, cada barrio, con hombres y mujeres libres, para alzar la voz frente a lo que está mal, frente a las injusticias, frente a la opresión, frente a una maquinaria de muerte llamada capitalismo. Nuestra mejor arma ha sido, es y será siempre, el poder popular.
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