Francisco
Febres Cordero
Es
innegable, en este septiembre se puso de moda pedirle perdón al Líder Supremo
de la Revolución Ciudadana. Todos lo hacen. Los padres de los detenidos el 17S.
Un policía del 30S. Los que son y los que no son. Así que yo no me quiero
quedar atrás. Voy a hacer un acto de contrición y le pediré misericordia, al
Líder, por los pecados del mundo entero. Por mi culpa, por mi culpa, por mi
gran culpa. Yo pecador me confieso, ante usted, Señor Presidente, que es Jefe
de Estado, es decir, como usted bien dice, Jefe de la Función Ejecutiva, de la
Legislativa, de la Judicial, de la de Transparencia y Control Social, de la
Electoral, es decir, Jefe de todo, dueño del circo, manda-más,
Commander-in-Chief.
Me confieso también, ante ustedes
compañeritos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Me
ha faltado, ante todo, sumisión. Por mi culpa, por mi grandísima culpa, por mi
grandisísima culpa. Por eso ruego a Doris Soliz, secretaria ejecutiva del
partido, siempre purísima, a los Alvarado, a los santos de los asambleístas, o
sea a todos, que intercedan por mí, ante el altísimo Presidente de la
República, para que, una vez concedido el perdón, pueda yo incorporarme a las
filas de Alianza País y de la Revolución. Yo también doy pésimos discursos,
incluso cuando los leo. O puedo dirigir la sinfónica.¡Cuánta culpa y
arrepentimiento cargo sobre mis hombros! Perdón, Señor Presidente, por pensar
en exceso, por buscar coherencia política, por no entender que si Foucault
viviera en Ecuador, como dicen por ahí, estaría saltando en una pata, dichoso,
pletórico, cantando y sonriendo de oreja a oreja. Perdón por no seguir los
mandamientos dictados por el señor secretario Freddy Ehlers. Ese, quizás, es el
peor de mis pecados. ¡No he sido feliz! He sido un amargado, sufridor,
caretuco, flaco horroroso, miembro de la prensa corructa, tira piedras,
infiltrado, de los mismos de siempre. ¡Cuánto lo siento!
Perdón, Señor Presidente, por sufrir –qué
iluso yo– ante el desmantelamiento institucional del país. No entendí, no pude
entender, que la democracia es una creación de la larga y oscura noche, que lo
realmente importante son las carreteras. ¡Qué ciego fui! Perdón, Señor
Presidente, por no celebrar sus múltiples doctorados horroris causa, me he
dejado llevar por la envidia, humano que soy, me puse del lado de esta gente
que no es revolucionaria, de ese tal Bonil, que hace dibujos que atentan contra
la majestad del cargo que usted tan dignamente ostenta, ese es un atrevido, un
patán, y yo, ecologista infantil como soy, lo apoyé. ¡Qué vergüenza!
Tenga la bondad, Señor Presidente, de
disculpar todos mis exabruptos. Se lo imploro de rodillas, si es necesario le
mando una carta desesperada, cursi, sufrida, una imploración, como la que le
envió Raúl Pérez Torres, ilustre presidente de la Casa de la Cultura,
institución que desaparecerá cuando la cultura ya sea de todos, con la Ley de
Cultura, que nos legó el fenomenal exministro Paco Velasco, experto en el buen
vivir, forajido de cepa que se negó a convertirse en momia coctelera mandando a
la punta del cuerno a todos los incultos, siendo directo, gritón, como quien
dice: se acabó esta pantomima de guardar la compostura.
Por lo que más quiera, Señor Presidente,
hágame el favorcito de perdonarme. Nunca más volveré a ejercer la crítica, ni a
defender la democracia, ni a hablar de libertades o novelerías por el estilo,
mucho menos a indignarme por esos rebeldes sin causa, hablo de los guambras
malcriados que eran los Diez de Luluncoto y los Doce del Central Técnico, igual
de tira-piedras que los chamos del 17S, manipulados por ese viejo país que no
volverá, porque esto es irreversible. ¡A esta revolución no la para nada ni nadie!
Ya ve, Señor Presidente, ya me aprendí el lenguaje revolucionario. Los y las
asambleístas y asambleístos deberían estar orgullosos de mi. ¡Somos millones y
millonas! Como no me va a perdonar, si ya solo me falta darme de correazos en
la espalda, azotes, cilicios, ortigas, llagas, todo sea por este Ecuador que es
un paraíso en donde todo flagelo vale la pena. ¡Que brille para los verdes la
luz perpetua!
Juro, Señor Presidente, nunca más pecar de
incrédulo. De ahora en adelante creeré en la Revolución como acto de fe. No
criticaré el préstamo a Duzac, ni la sacro santa Ley de Comunicación, peor aún
la explotación del Yasuní. Seré el primero en gritar: ¡Reelección ¡Reelección!
Así nos vayamos contra la constitución de Montecristi, al fin y al cabo, para eso
mismo tiene usted mayoría pues, para hacer lo que le dé la gana porque, al
parecer, desde que usted bloqueó la posibilidad de discutir sobre el aborto por
causa de violación o, quizás, desde que esa oposición ciega y vergonzosa ganó
las principales alcaldías del país, vemos una ofensiva conservadora que quiere
arrasar con todo. ¡Y no lo permitiremos!
Ahí está, ahí se le ve. Es una ola
conservadora, loca, desquiciada, vendepatria. ¡Se nos viene! ¡Auxilio! ¡Los
bárbaros llegan a Roma! Deberíamos caerle a patadas y hacerle microbicidio. Por
suerte lo tenemos a usted, Señor Presidente, Rey de Reyes, que nos defenderá en
las buenas y en las malas, para juzgar a vivos y muertos. Acuérdese de mí,
Señor Presidente, de verdad, acepte mis súplicas, le pido perdón por pensar
diferente, por disentir, por cuestionar su bendita voluntad, por no votar por
usted ni por sus súbditos. Perdón, Señor Presidente, por no sentir los nuevos
vientos revolucionarios, por más que los he esperado desnudo al alba.
Discúlpeme, además, por apoyar a los que protestaron contra usted el 17S,
grupúsculo de equivocados que no ven en este país el reino de los cielos. ¡No
importa! ¡No les haga caso! ¡Usted triunfará y reinará y hará su voluntad, por
los siglos de los siglos! Amen. FUENTE: (EL
UNIVERSO)