El
atentado perpetrado por EE.UU. el pasado viernes 3 de enero, que provocó la
muerte de Qasem Soleimani, comandante de la Guardia Revolucionaria y la
división Al Quds de Irán en suelo iraquí, presupone una agresión sin
precedentes en contra de la República Islámica de Irán. Este acontecimiento
parece arrojar incógnitas explícitas sobre el desenlace de la tensión generada
en Oriente Medio de manera directa por EE.UU., además de representar una grave
violación de las leyes internacionales. EE.UU. se esmera por aferrarse a una
política exterior que impone sus intereses políticos y económicos por cualquier
fuerza, incluyendo el derrocamiento de regímenes y la invasión militar, como lo
ejemplifica el vecino de Irán, Irák y su invasión por EE.UU. en 2003.
Esta más reciente agresión por parte de
uno de los Estados que de manera más vehemente defiende la democracia y la
libertad, termina por exponer una vez más las verdaderas intenciones de EE.UU.,
las cuales constituyen tanto su lógica de Estado como la lógica misma del
sistema capitalista. Tanto así que independientemente del gobierno que se
encuentre en la Casa Blanca, EE.UU. mantiene su política de injerencia en todas
las latitudes. Cuba, Venezuela y Bolivia terminan siendo ejemplos amargos y
cercanos que permiten el entendimiento de lo que se está dando hoy en Oriente
Medio.
La política exterior estadounidense a lo
largo de los dos últimos siglos siempre se destacó por el amedrentamiento, el
aislamiento y bloqueo, así como por el propiciamiento de cambios de régimen
alrededor del mundo, que incluye también la invasión y el derrocamiento de
gobiernos que no parecen subyugarse o simplemente persiguen un camino
independiente. La declaración de la Doctrina Monroe en 1823 definía al
continente americano como territorio predilecto y exclusivo para la imposición
de los intereses estadounidenses y la práctica de sus mecanismos. Resulta claro
que, a más de un siglo y medio desde esta declaración, EE.UU. replica en la
actualidad parte de las amplias experiencias adquiridas en América Latina
alrededor del mundo.
En cuanto a Irán, no cabe duda de que la
República Islámica en su forma actual no existiría si no fuese por la
injerencia de EE.UU. Al comienzo de la década de 1950, se había establecido un
régimen secular y nacionalista presidido por Mohammad Mossaddeq, nacionalizando
el petróleo iraní en 1951 como una de las medidas centrales del gobierno. Cabe
recordar que Irán es el cuarto país con mayores reservas de petróleo en el
mundo. Tan sólo dos años más tarde, un golpe de Estado aupado y auspiciado por
EE.UU. y Granbretaña finalizaba con el corto periodo democrático en Irán,
volviendo a imponer una monarquía absolutista bajo Mohammad Reza afín a
Occidente, en 1953. Así, el petróleo iraní volvía a pasar a las manos de sus
antiguos amos, la British Petroleum, la cual se apropió de este recurso desde
su descubrimiento en este país. Este golpe de Estado, el cual termina por ser
una expresión del intervencionismo anti soviético de Occidente en medio de la
Guerra Fría, definiría el destino político de Irán hasta la actualidad.
Actualmente, es posible reconocer un
debilitamiento de EE. UU. ante el ascenso de Rusia, China e Irán tanto en
términos geopolíticos como en términos económicos. No resulta ser sorpresa
alguna que EE.UU. se aferre a su autoimpuesto rol de “policía global” en un
intento por recuperar la influencia escindida. Tal como en 1979, un posible
conflicto tendría repercusiones en el mundo entero, pudiendo incluso significar
el fin de la preponderancia de EE.UU. en Oriente Medio y el resto del mundo.
Dentro de la coyuntura actual, resulta
extremadamente útil pensar la misma situación a la inversa. ¿Cuál sería la
respuesta de EE.UU. siendo el caso que Irán ejecutase a una autoridad del rango
de Soleimani, como por ejemplo Mike Pompeo, por medio de un atentado específico
en su contra en suelo americano? Un presupuesto de tal magnitud no termina por
ser retórico. Tal como el atentado de Sarajevo -el cual serviría como pretexto
y detonante de la Primera Guerra Mundial- una clara y directa provocación por
parte de un Estado que claramente evidencia una pérdida decisiva de influencia
en la región, conlleva siempre a una dinámica de extrema volatilidad. Dentro de
esta ecuación, una respuesta del régimen iraní termina solamente por ser una
cuestión de tiempo. El izamiento de la bandera roja sobre la mezquita de
Jamkarán el sábado pasado presupone un mensaje explícito de retaliación por
parte del régimen islámico.
El reciente atentado perpetrado por
EE.UU. en suelo iraquí en contra del segundo mando del gobierno iraní termina
por ser un síntoma más del desvanecimiento definitivo del sistema internacional
impuesto por EE.UU. Una escalada de tensión a nivel internacional podría
simultáneamente desviar la atención pública hacia esta última, restándole
importancia en términos políticos al proceso de impeachment que acaba de
iniciar el congreso de EE.UU. en contra de Trump. El mismo que podría suponer
una destitución de Trump, así como una obvia imposibilidad de volver a
candidatizarse.
Esperemos que el advenimiento del fin de EE.UU. como superpotencia
política, económica y militar no conlleve a una pérdida masiva e inútil de
vidas humanas, repercutiendo sobre el resto de Oriente Medio y el mundo. Sin
duda, que el Estado que más ejemplifica, simboliza y defiende el capitalismo en
términos históricos se encuentre en decadencia estructural, termina sólo por
ser un factor más que evidencia la crisis estructural, generalizada y múltiple
que atraviesa el sistema capitalista como tal. Fuente: RevistaCrisis.
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