Donald Trump y Joe Biden se siguen disputando los votos. Ilustración: api.ndla.no
Por:
Francisco Escandón Guevara
La
mayoría de las elecciones presidenciales estadounidenses de este siglo fueron
controvertidas por las escasas diferencias numéricas en los escrutinios, pero
ninguna como los sufragios actuales que desnudan la crítica condición de la
democracia y la prolongación de ingobernabilidad.
Es que el
sistema electoral norteamericano está plagado de injusticias, allí el ganador
de los comicios no necesariamente es aquel que alcance la mayor cantidad de
votos populares, como ocurre en buena parte del mundo, sino quien logre ganar
en algunos territorios claves que adjudican mayor representación de votos
electorales para ser designado en el cónclave de delegados que se reúne semanas
después.
Es que en
la meca de la democracia liberal, no importan cuántos sufragantes absolutos
tenga uno u otro partido, sino la meta es llegar a 270 súper votos que se
logran tras el conteo en cada Estado. Por cierto, el ganador en un Estado se
apropia de la totalidad de representantes, sin que los votantes de otros partidos
en ese territorio tengan representación en el colegio electoral designador.
Otra
falacia necesaria de aclarar es el supuesto bipartidismo, pues para las
elecciones presidenciales norteamericanas se registraron más de mil candidatos
ante la Comisión Federal de Elecciones. Existen aspirantes del partido
libertario, del partido verde e incluso muchos independientes que no
trascienden en los grandes medios de comunicación porque su recaudación de
fondos para campaña es escasa frente a los auspicios empresariales que logran
los republicanos y los demócratas. Al parecer el verdadero gobierno está en
Wall Street.
Pero el
motivo de la crisis política norteamericana no es solo el reflejo de la
coyuntura electoral que enfrenta a Donald Trump y Joe Biden, ni tampoco se
inscribe exclusivamente al sistema electoral, es sistémico, pues están
represadas décadas de déficit fiscal, siglos de racismo, machismo y xenofobia,
innumerables guerras injustificadas, crecientes brechas entre ricos y pobres,
numerosos escándalos de corrupción, bochornosas violaciones de soberanías
ajenas, etc.
¿Quién
ganará? No es lo trascendente, cualquiera triunfe básicamente el carácter de
país imperialista no cambiará, seguirán gobernando las élites con o sin
populismo, lo distinto es la incertidumbre y las denuncias de fraude que
profundizarán la polarización de una nación profundamente inequitativa y con un
reciente récord de cien mil contagiados diarios de covid-19.
“El
ganador en un estado se apropia de la totalidad de representantes, sin que los
votantes de otros partidos en ese territorio tengan representación en el
colegio electoral designador”.
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