Mariana* es una joven
graduada en enfermería que desde mediados del 2019 vive en un pueblo de
Cotopaxi cumpliendo la rural, requisito necesario para poder ejercer su
profesión. En esta zona ya hay una persona contagiada de COVID19 y la población
tiene miedo.
“En
la provincia ya hay un caso y están pidiendo contingencia para otros
establecimientos de salud, a nosotros aún no nos han llamado, pero a mí sí me
preocupa lo qué va a pasar, porque aquí mismo ya no tenemos ni paracetamol y
tampoco pastillas para la presión, que en esta zona son súper necesarias”.
Mariana
junto a sus compañeros han tomado la decisión de adquirir trajes especiales
para disminuir el riesgo. Lograron contactarse con una distribuidora ambateña
que se los venderá a 16 dólares cada uno, sirven para tres usos y después deben
ser descartados. Ellos invertirán sus recursos en la compra de estos trajes, ya
que en el Centro de Salud solo recibieron poco más de diez mascarillas que
deberán utilizar mientras dure la emergencia y no recibieron guantes.
El
personal médico de esta zona a diario recorre la comunidad en brigadas médicas,
“se supone que es prohibido –debido a la emergencia–, pero aquí no se respeta
esa recomendación. La semana anterior, nos distribuyeron vacunas, a punto de
caducar, ellos quieren salir de esos insumos y no les importa cómo”. Mariana
usa un guante solo en su mano derecha, mientras vacuna. Comparte el otro con su
compañera, porque no quieren desperdiciarlos. Cuando usan ambos guantes, los
usan todo el día, pese a que el protocolo indica que deberían ser cambiados
cada tres pacientes.
En
esta comunidad rural, los profesionales de salud recorren la comunidad
diariamente; y como se ha denunciado en varias provincias, aquí tampoco cuentan
con los materiales necesarios para protegerse y proteger del contagio.
Mariana* es un nombre
ficticio, para proteger la identidad de la trabajadora de la salud que accedió
a contar esta historia.
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