Ecuador
está siendo noticia mundial por el mal manejo sanitario por parte de las
autoridades del país para controlar la propagación del coronavirus. Con apenas
17 millones de habitantes, es el tercer país con mayor número de casos de
coronavirus confirmados en América Latina, solo superado por Brasil y Chile,
que tienen poblaciones mayores. El Ecuador tiene el mayor número de casos por
habitante del subcontinente.
Y
eso no puede ser casualidad. Desde que Moreno asumió el poder ha mostrado una
clara política neoliberal, favoreciendo a los más pudientes y abandonando a los
más necesitados. En el caso concreto de la lucha contra el COVID-19, se ha
rehusado una y otra vez a derivar recursos para facilitar el trabajo de médicxs
y enfermerxs, prefiriendo incluso pagar la deuda externa. Dejando que aquellos
que no tienen acceso a la salud privada, queden a merced de la carencia con que
trabaja el sistema público de salud. Por otro lado, los capitalistas no dudan
en aprovechar la situación para aumentar sus ganancias. Los proveedores de
insumos médicos han aumentado el precio de los productos que distribuyen, de
los que incluso el sector público se surte. El Gobierno no toma ninguna medida
contra esta actitud claramente inhumana e indolente.
Unos
meses atrás se despidió a miles de profesionales de salud que trabajaban para
el Estado, y ahora debido a la emergencia sanitaria la única solución que
encuentran es escoger a 250 médicos rurales, que están llevando a cabo un año
de servicio social exigido por el Ministerio de Salud para ejercer la
profesión, para que brinden sus servicios en Guayaquil, considerada por muchos
la capital latinoamericana del coronavirus.
Pero
el sistema de salud no es el único relacionado con el curso que ha tomado la
pandemia en este país. No debemos olvidar que la salud es un producto social.
“Quédate en casa” es la recomendación que todas las instituciones dan a la
población mundial, sin tomar en cuenta que gran parte de los ciudadadanos en
nuestros países subdesarrollados, tienen que salir todos los días a conseguir
comida para poner en la mesa. Que muchos de ellos han hecho de las calles sus
hogares. La violencia de género tampoco se ha hecho ausente, el confinamiento
genera una convivencia ineludible que provoca tensión nerviosa, angustia e
incertidumbre, y todo ello desemboca en un aumento de agresiones en el ámbito
doméstico.
Me
pregunto si es que el “modelo exitoso” que hace de Guayaquil el puerto más
importante del país, donde la clase oligárquica ha edificado su propia urbe en
Samborondón, a unos kilómetros de la ciudad para alejarse de la miseria, tendrá
algo que ver con los cadáveres que yacen en las aceras de la ciudad.
La
baja escolaridad es una barrera que añade dificultad al control de la pandemia
en nuestro país. Por ejemplo, en lugares donde no se dispone de agua potable,
donde las medidas higiénicas deberían ser todavía más estrictas, muchas veces
resulta difícil transmitir la importancia de estas medidas y las técnicas que
deberían llevarse a cabo a una población con un escaso, tal vez nulo, acceso a
la educación.
Frente
a todo esto, el escenario político actual sería un hazmerreír si no fuera por
la tragedia de los cientos de muertos que hay en nuestro país. Ninguno de los
actores trata realmente de dar una solución a la crisis, sino que únicamente se
preocupan por su imagen pública, posiblemente con vistas a las elecciones
nacionales del próximo año. El presidente de la República hizo hace unos días
la siguiente declaración: “… hay que decir la verdad, por dolorosa que esta sea.
Sabemos que, tanto el número de contagios como el número de fallecimientos, los
registros oficiales se quedan cortos…”, evidenciando él mismo la mediocridad
con la que está enfrentado el gobierno la situación.
Así
es como una vez más lxs más jodidxs, lxs que no tienen un trabajo estable, que
no cuentan con servicios básicos en sus casas (si es que las tienen), que viven
en condiciones de hacinamiento, son lxs que terminan pagando con sus vidas el
resultado de la inequidad social. La pandemia del coronavirus lo único que ha
hecho es agudizar y develar la injusticia en la que vivimos y preferimos
ignorar, la realidad que preferimos creer que vive lejos de nosotros, pero que
nos espera a la vuelta de la esquina.
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