SALVANDO EL CHULLA PLANETA: LA ALIMENTACIÓN - INFORMATE PUEBLO

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lunes, 18 de noviembre de 2019

SALVANDO EL CHULLA PLANETA: LA ALIMENTACIÓN

Foto referencial de Pixabay
Por Michel Laforge

Salvando el chulla planteta. En esta serie, el autor, sobrecogido por una culpabilidad ambiental repentina, producto inevitable de la acumulación de noticias pesimistas sobre la situación del planeta, decide tomar el toro por los cuernos y emprender acciones que le permitan disminuir su huella de carbono.

Sus aventuras y experiencias personales en adoptar y adaptar las recomendaciones que usualmente circulan en los medios y redes sociales para lograr este meritorio objetivo serán relatados aquí, con un primer episodio sobre la alimentación, otro sobre los productos de limpieza y aseo; el tercero sobre el transporte; y el cuarto hablaré del uso de la basura y el reciclaje.

Donde el autor descubre que sembrar su propia comida no ha sido tan fácil

Cuando uno tiene su corazoncito a la izquierda y quiere cambiar el mundo, la alimentación es un buen tema para empezar. Tal vez porque, cuando uno investiga un poco, es fácil entender que ese mismo sistema agro-industrial que poco a poco les quita las tierras a los pequeños campesinos o quiere quemar la Amazonía para poder sembrar soya de exportación, ese sistema es el que nos vende comida chatarra, con altos contenidos de azúcar o de carbohidratos.

Es decir que, cuando vas a tu cadena favorita a comerte una hamburguesa con papas fritas, no solamente estás comiendo algo que no le hace bien a tu cuerpito latino, sino que estás apoyando un sistema internacional cuyo negocio reposa en el uso de potentes venenos como herbicidas o fungicidas que expropia el uso del agua a las comunidades rurales del páramo para vendértela en botellas de plástico…

Estamos hablando de todo un sistema de comercialización basado en los supermercados, donde la producción agroindustrial es naturalmente favorecida, ya que puede producir más cantidad, al menor precio, lo que en general significa el uso de técnicas y de insumos poco o nada naturales, y por lo tanto potencialmente peligrosos para ti y para el medio ambiente. Todo eso en un ambiente publicitario donde la palabra “natural” es utilizada para venderte productos que nunca te encontrarás en un paseo por la naturaleza. Creo que vas entendiendo el problema.

Lo primero que hice para luchar contra el sistema, fue empezar a eliminar el azúcar, omnipresente en los productos industriales y sospechoso principal de ser causante de las enfermedades epidémicas con mayor incidencia a nivel mundial. Al inicio, el café sin azúcar me supo a diablos, pero logré superarlo y ahora se ha vuelto una costumbre bastante práctica. Dejar de beber bebidas azucaradas, como las gaseosas, es más complicado, pero creo que voy por buen camino, aunque a veces es difícil tener alternativas en algún evento social. El único problema es que te acostumbras a no tener azúcar refinada en casa, lo cual puede ser un problema si tienes invitados.

Ahí es donde te das cuenta de que algunos de los consejos nutricionales que encuentras en medios o en las redes sociales no son muy adaptados a nuestra realidad ecuatoriana: el aceite de oliva es necesariamente importado y ni hablar de las nueces o de las almendras. Entonces, tenemos que tener claro que consumir leche de almendras en el Ecuador, aunque suene progresista, equivale a respaldar un comercio internacional de alimentos que mueve toneladas de mercancías sobre miles de kilómetros, quemando combustible fósil y contribuyendo a las emisiones de gases con efecto invernadero.

Pero existen otras medidas para salir definitivamente del sistema, como comprando directamente a los productores, porque uno tiene la seguridad de estarlos ayudando. Pero comprar en los mercados de Quito no significa estar comprando directamente a los productores, aunque algunos de estos mercados sean muy simpáticos (personalmente me encanta el de Santa Clara); algunas ferias como la Ofelia eran efectivamente espacios designados para los productores, pero hoy en día la gran mayoría de los vendedores son intermediarios. Hay algunas ferias de productores, como la de la Carolina, pero son pocas, y generalmente funcionan una vez a la semana. Felizmente para mí, conozco muy de cerca una tienda de productos orgánicos, naturales o artesanales, que hace entregas semanales a domicilio y que me abastece de una gran parte de mi consumo semanal.

Sin embargo, tal vez porque uno quiere ir más lejos porque le va gustando la idea de ser  un luchador anti-sistema, descubre aquellos que aconsejan producir uno mismo su alimentación o al menos una parte de ella, si es posible en el techo de la casa o en cajas de madera con sembríos de verduras. No tengo un techo apropiado, pero tengo la suerte de tener vecinos que no utilizan su terreno y gentilmente aceptaron prestármelo para mis experimentos anti-sistema.

Empecé entonces un proyecto de siembra de la famosa trilogía choclo-frejol-zapallo, base de los cultivos andinos. Consciente de mis limitaciones en la práctica de la agricultura, pese a mis estudios en agronomía, recluté a una vecina como asesora técnica y socia en la empresa. Ella consiguió la indispensable semilla local, así como el tractor que da vueltas por el barrio en la época de lluvias para que nos ayude a preparar el terreno. Sin embargo, pese a todas mis plegarias anti-sistema, sólo logramos producir unos choclos diminutos y unos pocos fréjoles, ya que los zapallos se negaron a prosperar. Mi vecina, que había tomado la precaución de sembrar su propia parcela familiar y que era partidaria del uso de fertilizantes químicos, me dejó recoger los pocos choclos que se lograron, totalmente orgánicos, eso sí. Pese a esa primera experiencia no muy alentadora, he seguido insistiendo, con algunas hortalizas que uno consigue ya germinadas y que se dejan resembrar fácilmente. ¡Nada como salir a cosechar uno mismo su lechuga para la ensalada de la cena!

Además, con el tiempo hemos aprendido a elaborar algunos productos, como el pan, el yogurt, mermeladas, la kombucha. Algunos de ellos han sido tan deformados por la industria alimentaria, que cuando los pruebas, puede ser que te parezcan productos totalmente diferentes; sin embargo, el pan de masa madre hecho en casa nos ha malacostumbrado ¡Ahora se nos hace difícil consumir otro pan!

Por último, después de algunos años de duda, con mi esposa hemos dado el paso: ¡Ya no consumimos carne! Aunque en el Ecuador probablemente la producción de carne de res no sea la principal causa de de forestación, el resto de la carne, especialmente de cerdo y de pollo, es producido mayoritariamente en sistemas intensivos, con alimentos concentrados y probablemente un uso muy liberal de antibióticos. Aunque estoy decepcionado porque no perdí peso, debo decir que eso de ser vegetariano simplifica las compras, porque hay secciones enteras del mercado a las que no voy y también la escogencia en un restaurante, ya que generalmente las opciones son más reducidas.

Es un desafío re-aprender a cocinar sin carne, pero es interesante ir descubriendo nuevas combinaciones. Después de todo, tenemos la satisfacción de pensar que, si más gente dejara de consumir carne, probablemente se podrían utilizar las tierras utilizadas en ganadería para sembrar más comida para la humanidad. Eso sí, dejando esa responsabilidad a los que sí saben, los productores familiares.

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