El ejercicio de memoria es un derecho de todos los pueblos. Dar significado a las experiencias propias, de cada colectivo, de cada organización, y hacer el ejercicio de unirlas en un gran relato de todxs, no solo nos permite contar y recontarnos lo vivido, sino que permite crear aparatos organizativos que consoliden fuerza en contra de la violencia estatal, de las tantas injusticias del capitalismo, y construir un relato simbólico colectivo, para la organización y la resistencia al olvido obligatorio.
La
memoria colectiva es, finalmente, la razón por la que sabemos, por la que
tenemos inscrita en la piel, que las injusticias que nos aquejan como pueblo,
tienen raíces históricas en el capitalismo, el patriarcado y la colonia. La
memoria colectiva nos ayuda a sostener la imagen de lxs verdugxs del pueblo y
demandar justicia y reparación, nos recuerda a figuras como María Paula Romo
vestida con el dolor del pueblo como trofeo, a Fausto Jarrín condecorando asesinxs
del pueblo, a Lenin Moreno y Richard Martínez insistiendo, sin sangre en la
cara, en la precarización de la vida como única alternativa.
En este
especial de Octubre: memoria y lucha de clases, les presentamos una serie de
textos que en su conjunto, van tejiendo el relato de lo que pasó en el paro
nacional del año pasado, cuando de una chispa, se encendió la organización
popular en contra del paquetazo neoliberal de Moreno y su gobierno de
esquiroles. La autoconvocatoria a las calles, la lucha de clases en pleno, la
organización para sostener la vida, las cocinas populares, los albergues, las
brigadas espontaneas de primeros auxilios, los medios alternativos,
comunitarios y militantes rompiendo el cerco mediático, el cuidado y la lucha
por la vida digna y la camaradería en cada trinchera del país.
El 2 de
octubre de 2019, desde diversos sectores populares, se hizo la convocatoria
para la lucha en las calles por la vida digna, que en ese entonces se veía
amenazada por el decreto 883 y la eliminación del subsidio a los combustibles.
La doctrina de choque profesada por las élites neoliberales en el centro del
poder estatal, hasta ese momento, daba el golpe más fuerte a las clases
populares, que con la subida de combustibles avizoraba una precarización brutal
de la vida.
En
octubre el estallido social evidenció en las calles la lucha de clases y el
sostén colectivo de la vida: las cocinas comunitarias se organizaron
paralelamente a las barricadas, los piquetes viales se conjugaron con la
solidaridad en las calles, convirtiéndose en un cuerpo orgánico de resistencia,
que se sostuvo y resistió por 11 días, los mandatos de muerte profesados por el
gobierno y la oligarquía. Fue central también el rol de los medios
alternativos, comunitarios y militantes, al romper el cerco mediático que
posicionaba la lucha popular como un acto de injerencia y un proceso vandálico
en contra de la propiedad privada.
Durante
los días de resistencia en contra del gobierno de Moreno, que únicamente
multiplica el despojo y la muerte, el pueblo en su conjunto se movilizó y
sostuvo el proceso popular más significativo de las últimas décadas. La lucha
de clases se acentuó en la sociedad ecuatoriana, evidenciando de manera frontal
las divisiones y los intereses de clase que imperan en el Ecuador
contemporáneo. También quedó claro que los derechos se consiguen y reivindican
por medio de la lucha social en procesos anticapitalistas, antipatriarcales y
anticoloniales, como los únicos dispositivos para un cambio estructural.
Sin
embargo, después de la mesa de negociación convocada por el Gobierno Nacional y
las Naciones Unidas, el Estado burgués y las élites neoliberales armaron una
pantomima en la que si bien se derogó totalmente el decreto 883, posteriormente
protagonizaron una clara victoria, fortaleciendo brutalmente el aparato
represivo del Estado e imponiendo en momentos de pandemia, toda la agenda
neoliberal imaginable. Se reforzaron los aparatos de control y represión con
una clara injerencia de los EE.UU., armando rápidamente una sistemática
persecución a dirigentes del movimiento indígena, de movimientos sociales y a
periodistas militantes. El gobierno, en vez de temblar o caer, profundizó la
maquinaria de muerte llamada neoliberalismo, acentuando su “legitimidad” en las
fuerzas de choque y control social.
Sin
importar su desenlace final, las jornadas populares de octubre marcaron un hito
en la historia del Ecuador, al representar la respuesta más contundente del
pueblo en rechazo a la precarización, el imperialismo, el libre mercado y la dictadura de la
burguesía. En octubre soplaron aires de cambio, los cuales fueron
desarticulados de forma violenta, pero con el remanente importantísimo, que es
la evidencia de la lucha de clases y su importancia como motor de cambio de la
historia. Sin duda, quedó claro que la organización popular es la única vía
para generar cambios profundos y sostenidos.
A un año
del estallido social, el Gobierno Nacional continúa con su afán de profundizar
y expandir el capitalismo salvaje. Tan sólo el viernes pasado, se materializaba
el desembolso de los primeros 2.000 millones USD del nuevo paquete de deuda
externa contratado con las instituciones crediticias multilaterales, esta vez
por 6.500 millones USD. Al mismo tiempo, el Ejecutivo imponía su veto total al
Código Orgánico de Salud, atentando una vez más contra derechos humanos
fundamentales, además de liberalizar por completo los precios de todos los
combustibles y eliminar las tasas máximas que puede cobrar la banca privada.
Durante
estos meses de pandemia, las fuerzas represivas del Estado se han reforzado aún
más, conjuntamente con profundización de las medidas antipopulares, entre las
cuales constan la flexibilización laboral, los despidos masivos a docentes,
personal médico y servidorxs públicxs, la privatización de los sectores
públicos del Estado y la continua contratación de deuda externa que nos ha
llevado a una espiral de precarización de la vida. El Estado burgués se
encuentra más preparado que nunca para evitar a toda costa, y al costo que sea
“necesario”, una nueva revuelta popular. Las condiciones históricas que dieron
paso a las jornadas de octubre pasado son irrepetibles, como las de cualquier
evento histórico. Nos quedan el aprendizaje, la organización popular y la
memoria colectiva, con las que decimos: ni perdón, ni olvido, ni
reconciliación. Organización y justicia.
Fotografía:
Iván Castaneira
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