Por:
José Villarroel Yanchapaxi
Antes en las
comunidades indígenas y aún en los grupos blanco-mestizos, se estilaba
contratar a una partera, llamada también comadrona para que asistiera a las
parturientas. Su asistencia, empezaba desde los inicios del embarazo hasta la
salida de la dieta. Tenía una habilidad sorprendente para diagnosticar mediante
el tacto, saber si el guagua estaba bien o mal colocado en el útero. Era
especialista en curar el vientre de la madre con pomadas de belladona y manteca
de cacao para preservarla de las horribles estrías. Según la creencia popular, sí
el crío iba a ser varón, la madre tendría paños en la cara, si iba a ser
hembra, los pezones de los senos se le oscurecerían.
Llegado
el momento del alumbramiento, la parturienta debía tener una estera nueva para
ponerse de rodillas porque así era más fácil que el guagua descendiera. No se
le permitía a la mamá gritar, peor llorar, de lo contrario en el bebé se
concentraría el frío y se prolongaría el alumbramiento. Se quemaba paja blanca
de páramo y palma envuelta con panela para que el cuarto estuviese caliente y
se le daba a beber para contrarrestar los dolores del parto una infusión de
pepas de chirimoya con paja blanca. Para los pujos se les daba la misma dosis,
añadiendo cuatro mellocos y flores de atzera.
Hay
dos tipos de partos: el uno normal, que es cuando primero se rompe el agua de
fuente, y el otro es el parto seco, cuando sale primero el niño antes que el
agua de fuente. Para acelerar el parto se daba a beber dos huevos batidos con
pepitas de perejil.
La
cuarentena.
Después
del alumbramiento, se permitía que entren los familiares cercanos, pero si
alguien tenía mala suerte (así fuera el marido) no le dejaban entrar. La nueva
madre tenía que estar en cama durante 40 días. El primer día le daban un caldo
liviano y empezaba a tomar el agua de purgas, que entre otras hierbas
medicinales contiene: caballo chupa, taraxaco, valeriana, llantén, malva
blanca, malva olorosa, hojas de alelí, grama, milín blanco, linaza, goma
arábiga, etc. La madre tenía que tomar durante nueve días o hasta tres meses para
que se purifique la sangre, para que se evacuen los loquios (la mala sangre),
para que no se suban a la cabeza y tenía que llevar la cabeza hecho tungu, no
debía levantarse, ni sentarse, peor caminar.
Durante
los primeros nueve días, a las seis de la mañana se le daba a tomar un tazón de
caldo de polla ronca (así se llamaba a las pollitas que aún no ponían huevos),
la misma ración, a las diez de la mañana, a la una de la tarde, y a la media
tarde comía un caldo con avena o un poquito de arroz, sin aliños y con poquita
sal. Las comadronas eran las encargadas de hacer cumplir el régimen alimenticio
y atender el baño del niño pasando un día. La mamá se bañaba a las tres semanas
completitas con agua de ramo y romero bendito y les daban de comer un buen
tazón de ponche echo con cinco huevos de gallo y gallina. Al mes la madre ya
podía andar, bien tapada la cara para que no se dañara y tuviera buen rostro
hasta la vejez.
Al
salir de la dieta, obligadamente el marido tenía que comprar parada nueva,
tanto para el guagua como para la mamá: vestido, anaco, blusa, zapatos, aretes,
wallcas, etc. Para que la cara esté bien limpia, se recomendaba que se limpie
con los pañales de la orina del niño para eliminar el paño. La buena partera
era la que lograba que la madre saliera con la cara flamante como un plato de
porcelana nuevo, y ahí se veía si el marido había sido cariñoso y le había
cuidado bien la dieta.
Cumplidos
los 40 días, ya para salir de la dieta, la comadrona hacía bañar a su cliente
con hojas de cutul seco, ya que el cuerpo de tanto estar en la cama se entumece
y tiembla. Las hojas de maíz, le daban vitalidad a la mamá y el cuerpo se
enduraba bonito y no debía exponer la cara al sol, porque la cara salía bien
tiernita. Tenía que salir bien fajada para que no haya flujo de sangre, porque
si en la dieta no era bien cuidada, médico ni nada le podría curar. Las
comadronas decían que había riesgo de que se baje la “madre”, a eso llamaban
“el descenso”. Si no se fajaban, las mamás quedaban con las piernas abiertas y descaderadas,
como patas de playo; entonces había que “mantear”, poner las caderas en su
lugar, con una faja ancha tejida en telar, siquiera por tres días hasta que se
endure.
Cuando
no bajaba la placenta, se quebraba una olla de barro en todo el redondel donde
está la boca y se le hace poner como sombrero mientras se realizaban una
ceremonia llamando a las Ayas (espíritus), porque la placenta es la que da de
comer al guagua cuando está en el útero. El barro es de tierra, la madre es
como la Pachamama y la olla de barro como el niño. Si no salía la placenta era
como si algo del guagua se quedara en el vientre.
Envolviendo
al guagua.
Al
niño se lo envolvía para que se conforme bien su sistema óseo, para que no
salga gualingo o wuisto, para amoldarle. Primero se le ponía un pañal pequeño y
finito para que hiciera sus necesidades, luego los pañales más grandes. Lo más
importante era el cunga de bayetilla que se lo ponía desde la cabeza y se le
cruzaba en la región del abdomen para que el cuello no esté de un lado al otro,
que esté firme y que no se haga curco. Con una faja se le envolvía como si
fuera guagua de pan para que se mantenga firme sin olvidar poner en el ombligo
el pupuchumbi una tela fina y rectangular.
Si
no caía breve el ombligo, se quema la totora seca y se le pone la ceniza (que
tiene propiedades cicatrizantes). Ya de más crecido, se le ponía una bolita, de
esas chiquitas que los guambras juegan tingando, para que tenga un pupo
redondito y muestre sin complejos la barriga al aire cuando vaya a la playa.
Baño
de suerte.
El
primer baño de suerte del guagua es especial. Se realiza una sola vez en la
vida. Se hace con tres litros de leche que no tenga nada de agua, si es posible
leche ordeñada del día y calientita, sino hay que hacer entibiar. Se le baña
sin jabón ni ninguna hierba. Se convoca a toda la familia, a los más allegados
y a los amigos más confiables. Quien le ha de bañar al guagua debe ser una
persona mayor, la que tenga más autoridad y sea digna, generosa y honesta: los
abuelos, los tíos, el papá o la mamá mismo, las personas que le tengan voluntad
al guagua. En la batea o en la tina donde se le va a bañar se ponen monedas, si
es posible de otros países para que cuando sea grande vaya a conocerlos y
deseando que todos le quieran, que le sigan como a la plata, que todo el mundo
le busque para hacer el bien. Luego se bota flores: claveles, rosas, violetas,
y se pone un poco de azúcar para que tenga buena suerte.
Contras
para las enfermedades infantiles.
Para
el mal de ojo se pone al guagua un collarcito rojo o una maqui en la muñeca de
lamano. Si estaba ojeado, el guagua solo está llorando, a un ojito se le cae el
párpado, le lagrimea, le brotan lagañas y vomita. Se cura con huevos de gallina
de campo y se tira en la acequia. Cuando se espanta, se limpia el cuerpo con
altamisa, santamaría, frotando con colonia en vez de trago. Si le ataca la
fiebre, lo mejor es el trago alcanforado con éter. ¿Y para el mal aire?
Brevecito hay que sacar el cinturón, si es el papá mejor. Se le pasa por el
cuerpecito diciendo: “llucshi, llucshi que se vaya lejos, que no moleste, que
se vaya lejos” y se tira la correa en un lugar alejado.
Siempre
hay que tener un platito de barro para que cuando vengan visitas, hacerlas
pasar por la candela y no le dé el mal aire, porque no se sabe con qué gentes
ha andado la visita. Antes de llevar al médico hay que primero limpiar el mal
aire con cilantro, chilca o ajicito. Se frota en la pancita, la cabecita,
tibiando por que no vale frío, o un poquito de tabaquito cogiendo en el cuenco
que hacen las manos se le pone, pero no hay que exagerar mucho, si se le pone
humo seguido, los guaguas se hacen moenitos.
Cuando
aluna, en cambio, es que está bastante tiempo en un sitio donde está bastante los
rayos de la luz de la luna que pícara como es, se enamora de los guaguas
tiernos y les da fiebre y no quieren coger el seno.
A
los guaguas no hay que dejar que duerman en los potreros, si no les coge el
arco. Hay dos tipos de arcos; el arco iris y el arco blanco, que generalmente
se para en los pantanos. Este es un puerco grande, blancote y con cachos.
Cuando les coge a los guaguas hay que ir a pagar. Donde para, hay que ir a
hacer un hueco llevando una ollita nueva de barro, poniendo un cuy, si es atado
con cintas de los colores del arco iris, acompañado de oritos y mandarinas para
que coma y de la salud al guagua.
Si
el enfermo es mujercita tiene que ir un varón que la quiera harto, si es
varoncito, una mujercita lo mismo. De lo contrario, el guagua se ha de morir
secando, sin querer comer. Amarilloso cuando es el arco iris y si es el arco
blanco, ha de morir blancón, hecho cera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario