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lunes, 22 de junio de 2020

SECRETOS DE LA GINECOLOGÍA ANCESTRAL ANDINA

Por: José Villarroel Yanchapaxi

Antes en las comunidades indígenas y aún en los grupos blanco-mestizos, se estilaba contratar a una partera, llamada también comadrona para que asistiera a las parturientas. Su asistencia, empezaba desde los inicios del embarazo hasta la salida de la dieta. Tenía una habilidad sorprendente para diagnosticar mediante el tacto, saber si el guagua estaba bien o mal colocado en el útero. Era especialista en curar el vientre de la madre con pomadas de belladona y manteca de cacao para preservarla de las horribles estrías. Según la creencia popular, sí el crío iba a ser varón, la madre tendría paños en la cara, si iba a ser hembra, los pezones de los senos se le oscurecerían.

Llegado el momento del alumbramiento, la parturienta debía tener una estera nueva para ponerse de rodillas porque así era más fácil que el guagua descendiera. No se le permitía a la mamá gritar, peor llorar, de lo contrario en el bebé se concentraría el frío y se prolongaría el alumbramiento. Se quemaba paja blanca de páramo y palma envuelta con panela para que el cuarto estuviese caliente y se le daba a beber para contrarrestar los dolores del parto una infusión de pepas de chirimoya con paja blanca. Para los pujos se les daba la misma dosis, añadiendo cuatro mellocos y flores de atzera.

Hay dos tipos de partos: el uno normal, que es cuando primero se rompe el agua de fuente, y el otro es el parto seco, cuando sale primero el niño antes que el agua de fuente. Para acelerar el parto se daba a beber dos huevos batidos con pepitas de perejil.

La cuarentena.
Después del alumbramiento, se permitía que entren los familiares cercanos, pero si alguien tenía mala suerte (así fuera el marido) no le dejaban entrar. La nueva madre tenía que estar en cama durante 40 días. El primer día le daban un caldo liviano y empezaba a tomar el agua de purgas, que entre otras hierbas medicinales contiene: caballo chupa, taraxaco, valeriana, llantén, malva blanca, malva olorosa, hojas de alelí, grama, milín blanco, linaza, goma arábiga, etc. La madre tenía que tomar durante nueve días o hasta tres meses para que se purifique la sangre, para que se evacuen los loquios (la mala sangre), para que no se suban a la cabeza y tenía que llevar la cabeza hecho tungu, no debía levantarse, ni sentarse, peor caminar.

Durante los primeros nueve días, a las seis de la mañana se le daba a tomar un tazón de caldo de polla ronca (así se llamaba a las pollitas que aún no ponían huevos), la misma ración, a las diez de la mañana, a la una de la tarde, y a la media tarde comía un caldo con avena o un poquito de arroz, sin aliños y con poquita sal. Las comadronas eran las encargadas de hacer cumplir el régimen alimenticio y atender el baño del niño pasando un día. La mamá se bañaba a las tres semanas completitas con agua de ramo y romero bendito y les daban de comer un buen tazón de ponche echo con cinco huevos de gallo y gallina. Al mes la madre ya podía andar, bien tapada la cara para que no se dañara y tuviera buen rostro hasta la vejez.

Al salir de la dieta, obligadamente el marido tenía que comprar parada nueva, tanto para el guagua como para la mamá: vestido, anaco, blusa, zapatos, aretes, wallcas, etc. Para que la cara esté bien limpia, se recomendaba que se limpie con los pañales de la orina del niño para eliminar el paño. La buena partera era la que lograba que la madre saliera con la cara flamante como un plato de porcelana nuevo, y ahí se veía si el marido había sido cariñoso y le había cuidado bien la dieta.

Cumplidos los 40 días, ya para salir de la dieta, la comadrona hacía bañar a su cliente con hojas de cutul seco, ya que el cuerpo de tanto estar en la cama se entumece y tiembla. Las hojas de maíz, le daban vitalidad a la mamá y el cuerpo se enduraba bonito y no debía exponer la cara al sol, porque la cara salía bien tiernita. Tenía que salir bien fajada para que no haya flujo de sangre, porque si en la dieta no era bien cuidada, médico ni nada le podría curar. Las comadronas decían que había riesgo de que se baje la “madre”, a eso llamaban “el descenso”. Si no se fajaban, las mamás quedaban con las piernas abiertas y descaderadas, como patas de playo; entonces había que “mantear”, poner las caderas en su lugar, con una faja ancha tejida en telar, siquiera por tres días hasta que se endure.

Cuando no bajaba la placenta, se quebraba una olla de barro en todo el redondel donde está la boca y se le hace poner como sombrero mientras se realizaban una ceremonia llamando a las Ayas (espíritus), porque la placenta es la que da de comer al guagua cuando está en el útero. El barro es de tierra, la madre es como la Pachamama y la olla de barro como el niño. Si no salía la placenta era como si algo del guagua se quedara en el vientre.

Envolviendo al guagua.
Al niño se lo envolvía para que se conforme bien su sistema óseo, para que no salga gualingo o wuisto, para amoldarle. Primero se le ponía un pañal pequeño y finito para que hiciera sus necesidades, luego los pañales más grandes. Lo más importante era el cunga de bayetilla que se lo ponía desde la cabeza y se le cruzaba en la región del abdomen para que el cuello no esté de un lado al otro, que esté firme y que no se haga curco. Con una faja se le envolvía como si fuera guagua de pan para que se mantenga firme sin olvidar poner en el ombligo el pupuchumbi una tela fina y rectangular.

Si no caía breve el ombligo, se quema la totora seca y se le pone la ceniza (que tiene propiedades cicatrizantes). Ya de más crecido, se le ponía una bolita, de esas chiquitas que los guambras juegan tingando, para que tenga un pupo redondito y muestre sin complejos la barriga al aire cuando vaya a la playa.

Baño de suerte.
El primer baño de suerte del guagua es especial. Se realiza una sola vez en la vida. Se hace con tres litros de leche que no tenga nada de agua, si es posible leche ordeñada del día y calientita, sino hay que hacer entibiar. Se le baña sin jabón ni ninguna hierba. Se convoca a toda la familia, a los más allegados y a los amigos más confiables. Quien le ha de bañar al guagua debe ser una persona mayor, la que tenga más autoridad y sea digna, generosa y honesta: los abuelos, los tíos, el papá o la mamá mismo, las personas que le tengan voluntad al guagua. En la batea o en la tina donde se le va a bañar se ponen monedas, si es posible de otros países para que cuando sea grande vaya a conocerlos y deseando que todos le quieran, que le sigan como a la plata, que todo el mundo le busque para hacer el bien. Luego se bota flores: claveles, rosas, violetas, y se pone un poco de azúcar para que tenga buena suerte.

Contras para las enfermedades infantiles.
Para el mal de ojo se pone al guagua un collarcito rojo o una maqui en la muñeca de lamano. Si estaba ojeado, el guagua solo está llorando, a un ojito se le cae el párpado, le lagrimea, le brotan lagañas y vomita. Se cura con huevos de gallina de campo y se tira en la acequia. Cuando se espanta, se limpia el cuerpo con altamisa, santamaría, frotando con colonia en vez de trago. Si le ataca la fiebre, lo mejor es el trago alcanforado con éter. ¿Y para el mal aire? Brevecito hay que sacar el cinturón, si es el papá mejor. Se le pasa por el cuerpecito diciendo: “llucshi, llucshi que se vaya lejos, que no moleste, que se vaya lejos” y se tira la correa en un lugar alejado.

Siempre hay que tener un platito de barro para que cuando vengan visitas, hacerlas pasar por la candela y no le dé el mal aire, porque no se sabe con qué gentes ha andado la visita. Antes de llevar al médico hay que primero limpiar el mal aire con cilantro, chilca o ajicito. Se frota en la pancita, la cabecita, tibiando por que no vale frío, o un poquito de tabaquito cogiendo en el cuenco que hacen las manos se le pone, pero no hay que exagerar mucho, si se le pone humo seguido, los guaguas se hacen moenitos.

Cuando aluna, en cambio, es que está bastante tiempo en un sitio donde está bastante los rayos de la luz de la luna que pícara como es, se enamora de los guaguas tiernos y les da fiebre y no quieren coger el seno.

A los guaguas no hay que dejar que duerman en los potreros, si no les coge el arco. Hay dos tipos de arcos; el arco iris y el arco blanco, que generalmente se para en los pantanos. Este es un puerco grande, blancote y con cachos. Cuando les coge a los guaguas hay que ir a pagar. Donde para, hay que ir a hacer un hueco llevando una ollita nueva de barro, poniendo un cuy, si es atado con cintas de los colores del arco iris, acompañado de oritos y mandarinas para que coma y de la salud al guagua.

Si el enfermo es mujercita tiene que ir un varón que la quiera harto, si es varoncito, una mujercita lo mismo. De lo contrario, el guagua se ha de morir secando, sin querer comer. Amarilloso cuando es el arco iris y si es el arco blanco, ha de morir blancón, hecho cera.

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