Por Jaime Chuchuca
Serrano
La gotita por la que
protestaban los jóvenes chilenos (los pasajes del metro) se convirtió en un
océano interminable de demandas populares de medio siglo. El “despertar”
chileno ha tomado la fuerza de una revolución. Contra la cual el Estado
conspira con decenas de muertos, cientos de heridos y mutilados. Toda
revolución puede ser un éxito o un fracaso.
Hace
46 años las fuerzas de Augusto Pinochet asesinaron a Salvador Allende en 1973.
Tras siete años de un fascismo sangriento surgió la Constitución pinochetista
de 1980: la constitución “tutelada”. De ahí a la fecha, la institucionalidad
del Estado chileno y su sociedad se construyó bajo el esquema autoritario,
racista y neoliberal. A pesar de predicar la anulación del intervencionismo, la
policía y los militares gozan de jugosos privilegios estatales.
El
salario básico chileno, 301 000 pesos, equivale a 380,34 dólares y no alcanza,
como en toda Latinoamérica, para cubrir las necesidades básicas. A eso, se suma
que en Chile se vende el segundo combustible más caro de la región.
Los
chilenos/as exigen una transformación democrática y económica. Acabar con el
totalitarismo estatal con una nueva Constitución y cambiar el rumbo económico
de Chile: superar el modelo rentista, transnacional, individualista y de libre
mercado, que despoja la soberanía.
El
presidente Sebastián Piñera está entre los diez más ricos de Chile y su séquito
goza de los beneficios legados por la era Pinochet. En la estructura de su
segundo gobierno cuenta con decenas de herederos políticos del generalísimo.
Basta un ejemplo, Andrés Chadwick, ministro de Defensa, hoy removido, trabajó
directamente en la dictadura militar: uno de los “gremialistas” que reprimían
en los campos de concentración chilenos. Aunque la población exige la renuncia
de Piñera, hace algunos días el presidente chileno pidió la renuncia a todo su
gabinete (en Ecuador no se logra aún ni siquiera la separación de los
represivos de María Paula Romo y Oswaldo Jarrín).
A
pesar de que la mayoría de la población participa de esta oleada chilena,
quisiera referirme al Pueblo Mapuche: un pueblo oprimido, segregado y
perseguido desde la invasión a América en el siglo XV. Los pueblos indígenas
chilenos, en conjunto con las mayorías movilizadas, vienen alterando la
simbología reinante en la obra pública, como un intento de escribir una nueva
historia.
*Abogado,
licenciado en Filosofía y magíster en Sociología. Actualmente, docente de la
Universidad de Cuenca.
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