Fabiola Masaquiza
nunca tiene sus manos desocupadas cuando atiende a los clientes que llegan
hasta su local ubicado en la plaza Central de Salasaca. Ella trabaja en el
guango, un palo pequeño donde se hila la lana de borrego.
Fabiola,
de 38 años de edad, es oriunda de la parroquia Salasaca, ubicada en Pelileo (
Tungurahua). Aprendió este oficio cuando tenía apenas 10 años.
Las
mujeres en esta comunidad tienen por costumbre hilar todos los días, excepto
los domingos, puesto que para los habitantes de esta parroquia ese día es
sagrado.
El
guango es un palo muy delgado, donde enrollan la lana con mucha dedicación y
paciencia, para luego sacar el hilo para la elaboración de su propia vestimenta
y un sinnúmero de artesanías.
Las
damas de esta comunidad siempre llevan consigo el guango al lugar que ellas se
movilicen, porque el hilar no es cosa sencilla, se requiere de tiempo y mucha
dedicación.
“Aprendí
a hilar desde muy pequeña porque esta es una herencia que nos dejan desde
nuestros antepasados”, explica Fabiola.
Para
elaborar el guango solo requieren de una delgada vara de un árbol, y después de
limpiarla van enrollando la lana que han sacado de los borregos, en una fina
rama de sigse.
“Nosotras
criamos a los borreguitos. Antes de trasquilarlos los bañamos y a los tres días
que se secan los animales, ahí recién les cortamos la lana”, afirmaZoila
Caizabanda, artesana.
Elaboración
Para
las prendas elaboradas por ellos, las mujeres se pueden tardar en hilar dos
días o una semana sin dejar de mover sus manos, ya que el hilado debe ser muy
fino, y para elaborar tapices, shigras, sweteres y más artesanías de su
localidad el hilado debe ser más grueso.
“Para
hacer un tapiz de 20 metros de largo por 20 metros de ancho se necesita mínimo
de unos cuatro borregos, y para elaborar un anaco y bayeta unos dos a tres
borregos”, explica Zoila.
Historia
Rufino
Masaquiza, historiador de los salasacas, cuenta que el hilado es parte de la
cultura y la identidad de este pueblo, y que por esa razón cada familia posee
por lo menos 10 borregos, que luego de año y medio de edad son sometidos a la
primera trasquilada. “Porque en ese tiempo la lana está madura para obtener
buenas prendas, de calidad, finas y duraderas”, afirma.
Mientras
las mujeres llevan a cabo el proceso de hilar, los hombres se encargan de tejer
y luego hacen la tinturación vegetal. En la actualidad las damas también ayudan
en esa tarea.
“El
borrego es uno de los animales que más se cuida en la comunidad andina, de allí
sale el hilo para elaborar tapices, shigras, mantillas, blusas, anacos y
ponchos”, menciona Rufino.
Aunque
ahora esta tradición se está perdiendo, los abuelos del pueblo se esfuerzan por
inculcar a los más jóvenes la importancia que tiene este oficio.
Las
madres y ancianas de la comunidad, por su parte, enseñan a las niñas y jóvenes
el arte de convertir la lana de borrego y llama en hilo de primera calidad.
“Primero
les enseñamos a lavar la lana, pues por su contextura la fibra se asimila con
facilidad. La siguiente lección es hilar, tomar una madeja de lana limpia y
enredarla en una vara muy fina, con la finalidad de entretejer la fibra y
transformarla en una hebra muy delgada”, manifiesta Agustina Pilla, hilandera.
Esta
actividad no se limita a espacios cerrados, ya que las hilanderas son capaces
de realizar su trabajo mientras caminan, conversan y viajan en bus. (DA) FUENTE:
DIARIO LA HORA.
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